"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

Esperando a los bárbaros

Entendámonos“¿Qué estamos esperando, congregados en el foro? / Es que hoy llegan los bárbaros. / ¿Por qué el Senado no hace nada / y los senadores se quedan sentados y no legislan? / Porque hoy llegan los bárbaros. / ¿Qué leyes pueden hacer ya los senadores? / Cuando lleguen los bárbaros, ellos harán las leyes.”

Estos célebres versos del poeta griego y homosexual Konstantinos Kavafis reflejan de modo estremecedor la sensación de impotencia de una sociedad (supuestamente) avanzada que ve como se acerca su final inminente. Claro que en la realidad histórica las cosas suelen ser diferentes: lo habitual es que los bárbaros sean menos bruscos, que vayan instalándose en el poder poco a poco, lo que hace su dominio menos traumático para los dominados; por otro lado, es importante tener en cuenta que los bárbaros no siempre llegan desde fuera.

No venía de fuera la barbarie que, como vimos hace poco, destruyó en la época final del Imperio Romano y en la misma ciudad natal de Kavafis, Alejandría de Egipto, la Biblioteca que atesoraba el saber y la cultura de la antigüedad, privando a las generaciones futuras de su conocimiento. Seguramente esa barbarie había sido engendrada en las propias esferas del poder alejandrino e imperial: en esa nueva alianza entre el trono y el altar, entre el poder civil y el dogma religioso, que iba a marcar el destino de Occidente durante muchos siglos. La pérdida de la riqueza intelectual acumulada en la Biblioteca de Alejandría y en otras instituciones similares de otras partes del Imperio fue parte del precio que hubo que pagar por dicha alianza, junto a muchas otras cesiones de la civilización ante la nueva barbarie institucionalizada: menos de siglo y medio después de la fecha probable de la destrucción de la biblioteca alejandrina, el emperador Justiniano establecía por primera vez la pena de muerte en la hoguera para quienes ofendieran al dios cristiano practicando la homosexualidad: la sodomía.

Al hablar de barbarie que viene de dentro y de alianza entre el trono y el altar me resulta difícil no pensar en la Italia contemporánea. Un país con una riqueza cultural realmente extraordinaria, que sin embargo se ha puesto dos veces en menos de 100 años en manos de patanes groseros, reaccionarios y demagogos. El primero se hacía llamar il Duce, y tras llegar al poder con la ayuda, entre otras fuerzas, de la Iglesia Católica, procedió a poner fin a décadas de enfrentamiento entre el régimen liberal del Reino de Italia y dicha iglesia, sellando así una nueva alianza entre el trono y el altar. Alianza que perduraría después de la caída del régimen del Duce, gracias a un partido, la Democracia Cristiana, que supo mantenerse en el gobierno desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta que desapareció (o más bien se escindió) a mediados de la década de 1990.

Más tarde, el apoyo de la casi todopoderosa en Italia Iglesia Católica ha resultado fundamental para que el segundo patán, conocido como il Cavaliere, superara obstáculos tan graves para su carrera política como las sospechas de corrupción que se cernían sobre él (alguna de las cuales ha podido ser probada recientemente ante los tribunales) o la enorme concentración de poder mediático en sus manos, insólita en un país democrático y desarrollado. De hecho, Berlusconi, cuya política espolea y explota la homofobia y la xenofobia de buena parte de la población italiana, goza hoy de una popularidad poco habitual en los primeros ministros de su país, y ya se ve ganador por goleada en las próximas elecciones al Parlamento Europeo, hasta el punto de aspirar a ser el líder que más escaños aporte al grupo que previsiblemente volverá a ser el mayoritario del europarlamento tras el 7-J, el del Partido Popular Europeo.

Imagino que en 1922 debía de resultar bastante fácil para las personas progresistas de la Europa más desarrollada despreocuparse del ascenso al poder de Mussolini en Roma con el pensamiento de que, al fin y al cabo, eran cosas de la peculiar y atrasada Italia. ¿Quién les iba a decir que 20 años más tarde casi toda Europa estaría en manos de regímenes fascistas? Sin embargo, la combinación de una crisis económica global y un creciente desprestigio del sistema político que la derecha y la izquierda extremas coincidían por aquel entonces en denominar despectivamente democracia burguesa hizo posible ese avance arrollador de la ultraderecha.

En la Europa actual vivimos de nuevo en plena crisis económica global, la más grave desde aquella que en los años 30 del siglo pasado allanó el camino al fascismo. Y me temo que es muy posible que vaya acompañada, también en esta ocasión, de una crisis del sistema político y de los valores sobre los que se fundó la nueva Europa democrática tras la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial. Un dato que me parece preocupante es que la participación de la ciudadanía en las elecciones al Parlamento Europeo no ha dejado de caer desde que éstas empezaron a celebrarse, en 1979. En 1999 la participación cayó por primera vez por debajo del 50%, y en las últimas elecciones celebradas, las de 2004, ni siquiera llegó al 46%. Y las previsiones para las elecciones de este año no puede decirse que sean muy optimistas.

Así pues, al contrario que en el poema de Kavafis, en la Europa de hoy no son los senadores (los eurodiputados) los que se quedan quietos en su asiento sin hacer nada: el Parlamento Europeo, como vimos recientemente, debate sobre asuntos que afectan de forma muy importante a nuestras vidas, aprueba resoluciones, legisla; de hecho su poder se ha ido incrementando a lo largo de los años. Quienes se quedan en casa sin acudir a las urnas son un número cada vez mayor de ciudadanos. Algunos atribuyen este fenómeno a un desinterés de la gente por el proceso de construcción europea, lo que ya me parecería grave; pero sospecho que la realidad es aún peor: que esa frialdad de los ciudadanos ante la llamada a los colegios electorales puede ser en muchos casos una muestra de desapego hacia la democracia representativa, sus procedimientos y sus instituciones; y que si ello se expresa más en las elecciones europeas que en otros comicios es porque muchos ciudadanos están convencidos de que en este tipo de elecciones no se juegan gran cosa. Yo creo, sin embargo, que quienes piensan así se equivocan; aunque quizá a alguno le reconforte el pensamiento de que cuando lleguen los bárbaros, ya decidirán ellos por nosotros.

Nemo

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