"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

El crucifijo y la libertad

Entendámonos“Una antigua tradición como el crucifijo no puede ser ofensiva para nadie”: estas palabras recogen la reacción del secretario del Partido Democrático italiano, el excomunista Pier Luigi Bersani, a la noticia, que conocimos la semana pasada, de que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha dictaminado que la presencia en las aulas de crucifijos supone una violación de la libertad religiosa de los alumnos. Una vez más, pues, queda constancia de que los líderes de la (supuesta) izquierda italiana prefieren dar a sus neuronas el día libre antes que decir nada que pudiera molestar a la jerarquía católica.

Porque el argumento de Bersani, según el cual la tradición, por el mero hecho de serlo, estaría por encima de los derechos de los ciudadanos, es tan obviamente reaccionario que, si bien no puede sorprender en los exponentes de la (ultra)derecha italiana liderada por Silvio Berlusconi –los cuales, huelga decirlo, lo han repetido hasta la extenuación–, debería al menos extrañar en boca de uno de los más destacados mandarines de la oposición (supuestamente) de izquierda o centroizquierda. Pero claro, a estas alturas difícilmente puede extrañarse nadie de las incoherencias de los políticos de Partito Democratico, por llamativas que pudieran resultar éstas en otros individuos. Lo extraño sería lo contrario: ver a uno de estos gerifaltes del PD decir claramente blanco allí donde el Vaticano pontifica negro. No lo verán nuestros ojos, me temo.

De momento, los ciudadanos europeos que aún tenemos la curiosa manía de creer en los principios de la democracia liberal y en los derechos de las personas estamos en deuda con Soile Lautsi, su marido Massimo Albertin y sus dos hijos, Dataico y Sami. Esta familia italofinlandesa, residente en la región italiana del Véneto, ha llevado desde 2002 una valiente lucha en los tribunales contra la presencia de crucifijos en las aulas del instituto donde estudiaban los dos muchachos, sin dejarse amilanar por los insultos y las amenazas de quienes ellos mismos califican como “talibanes católicos”, y que por desgracia distan mucho de ser una rara avis en el país de la bota. O, no nos engañemos, en el nuestro.

La familia Albertin-Lautsi, afiliada a la Asociación de Ateos y Agnósticos Racionalistas, considera que en la sociedad actual “los ateos somos ciudadanos de tercera”. En recompensa a su constancia en seguir adelante con su denuncia, contra viento y marea, hasta el final, el Tribunal de Estrasburgo ha acabado por darles la razón –por unanimidad de sus siete jueces– allí donde varias instancias judiciales italianas se la habían negado anteriormente. Gracias a su batalla legal y a la histórica sentencia que han conseguido, hoy los ateos europeos son –somos– un poco más ciudadanos a secas, ciudadanos como los demás.

Y no sólo los ateos, pues como ya observaba con lucidez Soile Lautsi hace siete años, al principio de su lucha, “el crucifijo tiene detrás muchísimos significados negativos, empezando por la discriminación de las mujeres y los homosexuales”. Por suerte, no todo el mundo en Italia está dispuesto a ponerse una venda en los ojos y/o en la boca para no despertar las iras del Vaticano: algunos ven la realidad, y tienen además el valor de decirla. Y de cambiarla; o contribuir a cambiarla, por lo menos.

“La libertad no surge sola, hay que luchar por ella”, dicen que ha declarado Angela Merkel en la celebración del vigésimo aniversario de la caída del muro de Berlín. Veinte años después de aquel hito que posibilitó el nacimiento de una nueva Europa, parece que ni la unidad europea, ni la democracia ni la libertad generan grandes entusiasmos en nuestro continente. Este mismo mes, sin embargo, una familia medio italiana medio finlandesa y unos jueces de un tribunal paneuropeo nos han dado una nada despreciable alegría, y un estupendo ejemplo de lo que realmente significa, o debería significar, la frase de la canciller alemana.

Nemo

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