"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

Superhéroes y vampiros

EntendámonosEn una escena de la almibarada película Crepúsculo (Twilight, EEUU, 2008), la protagonista, Bella, intenta que el guapo y misterioso Edward le explique por fin cómo logró salvarla días atrás de morir aplastada en un accidente, ocasión en la que el tal Edward demostró una velocidad y una fuerza sobrehumanas. “Me gustaría escuchar tus teorías al respecto”, le responde el chico. “Pues he estado pensando”, dice Bella, “en arañas radioactivas y kriptonita.” A lo que Edward contesta: “Eso son cosas de superhéroes, ¿no? ¿Y si resulta que yo no soy el héroe? ¿Y si soy el malo?”. Más adelante, un compañero del instituto advierte a Bella de que Edward la mira como si ésta fuera “algo de comer”. O algo de beber, para ser más exactos…

En la experiencia histórica de la humanidad, no faltan los casos de individuos que, tras haber sido tomados por superhéroes, acabaron por revelar su verdadera naturaleza de monstruos sedientos de sangre humana. Hitler, Stalin, Mao son los más destacados ejemplos del siglo pasado: personajes que se consideraron a sí mismos y, propaganda mediante, llegaron a ser considerados por las masas como seres excepcionales, elegidos para una misión trascendental de salvación del pueblo. Misión que les confería no sólo el derecho, sino también el deber de ser absolutamente implacables con todo aquél en quien descubrieran un enemigo o un obstáculo para la realización de su grandioso y redentor destino. El resultado, ya se sabe, fueron millones y millones de vidas rotas, destruidas, segadas sin sentido.

Hay quien distingue ya en nuestro presente acuciado por la crisis –económica, ecológica, política…– los primeros síntomas de una sociedad dispuesta a creer de nuevo en líderes providenciales capaces de obrar la regeneración del mundo. Ello es, desde luego, preocupante; aunque quizá no sea lo peor de todo.

Otra película romántica y vampírica como Crepúsculo, pero mucho mejor que ésta, es la sueca Déjame entrar (Låt den rätte komma in, de 2008 también). En Déjame entrar, como en la realidad, el monstruo verdaderamente temible no es el vampiro, que al fin y al cabo mata por necesidad de alimento, sino esos seres humanos que, para sentirse superiores, no dudan en convertir a sus semejantes en inferiores: en infrahumanos. La crueldad con la que el niño protagonista del filme es perseguido y humillado por un grupo de compañeros, la violencia atroz que éstos desatan sobre él cuando intenta plantarles cara y reivindicar su dignidad evocan de modo estremecedor numerosas situaciones que nos resultan, por desgracia, demasiado familiares. Y el hecho de que los torturadores no sean más que unos chavales de barrio acentúa todavía la inquietud que nos produce la película, pues pone de manifiesto que esa violencia, esa ansia de sentirse superhombres a costa de la humillación y el sufrimiento de los demás, es algo mucho más común entre los seres humanos de lo que quisiéramos creer.

La tendencia a inferiorizar al otro para poder sentirse superior a él explica por qué con frecuencia a aquellos individuos o grupos sociales que, por la razón que sea, se encuentran en situación de desventaja se les cuelga etiquetas degradantes, y se justifica la violencia en su contra. Claro está que hay muchos tipos de violencia: la del cabeza rapada que patea a un muchacho mientras le grita “maricón de mierda” es de un tipo obvio y extremo, pero existe también la violencia sutil e institucionalizada del dignatario eclesiástico o del político que, tras proclamar su respeto o incluso su cariño hacia las personas homosexuales, propugnan convertirlas en ciudadanos de segunda clase, ya sea negando todo reconocimiento jurídico a las parejas que conforman, ya sea expulsándolas del sacrosanto recinto del matrimonio para obligarlas a conformarse con las migajas de una figura legal segregada y con menos derechos.

Y es que no sólo los supuestos superhéroes pueden engañarnos: también detrás de una apariencia de gris y banal respetabilidad se esconde a menudo la miseria, la ruindad humana.

Nemo

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Comentarios
  1. elputojacktwist
  2. Odysseus the Ithacan
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