"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

Caravaggio, el genio violento

Los hermanos Wittkower acuñaron, en un hermoso libro, “Nacidos bajo el signo de Saturno” (basado en teorías aristotélicas) una atractiva definición para los artistas extraños, singulares o raros: “saturnianos”. Michelangelo Merisi, a quien todos concluyeron conociendo por el nombre de su pueblo natal, Caravaggio, cerca de Milán, fue sin duda un saturniano por excelencia, un hombre fuertemente temperamental y anárquico, pero lo que se dice un auténtico renovador en la pintura, que a partir de él adquiere nuevas posibilidades.

Según lo dicho Caravaggio, desde un punto de vista actual, podría semejar un revolucionario de la pintura y de la vida, siempre que entendamos que “revolucionario” no es un término de principios del siglo XVII. A Caravaggio se le ha comparado con Picasso y con Pasolini, lo que es exacto e inexacto al tiempo. El concepto de vanguardia es premeditado, preconcebido. El artista reflexiona sobre cómo sorprender al espectador. En los siglos XVI y XVII hay más comitentes que espectadores, y los cambios en el modo de pintar provienen de su temperamento y de su lícita lucha con la tradición y con los maestros anteriores. Se epataba, pero de otro modo. Por lo demás (y aunque desde Leonardo ese “status” estaba cambiando) el pintor no era en absoluto un intelectual, sino un artesano –el dominador de un oficio- y pues comenzaba a ser considerado hombre refinado, añadiríamos, que también un artista. Caravaggio creó una nueva manera de pintar (que estará muy en consonancia con el Barroco) y que concluiría llamándose, mejor o peor, “tenebrismo”. A una atmósfera de oscuridad, casi negra, entra la luz, como por una claraboya, y las gradaciones de luz y sombra (con cierto predominio penumbroso) concluyen definiendo el lienzo. Este método –que otros llamaron “luz de bodega”- es resueltamente artificial, pero estaba destinado a acentuar los aspectos más trágicos, sórdidos o realistas del llamado “realismo”. Por tanto Caravaggio es un pintor de la carne, de la calle y de la sangre, un pintor de la vida, pero también un pintor de la luz, lo que daría a su evidente realismo un aura metafísica. El título de una novela neorrealista de Pasolini, cuadra muy bien con Caravaggio entero: “Una vida violenta”.

En un mundo más libre y menos libre que hoy (más por menos control, y menos por más severa ley) Caravaggio trató a príncipes, cardenales de la Iglesia –mucho menos ortodoxos que los de hoy- y a grandes señores, pero amó desesperadamente la calle, y en esto sí le podemos considerar pasoliniano. En 1951, cuando se presentó en Milán la gran retrospectiva “Mostra del Caravaggio e dei caravaggeschi”,la primera y fundamental recuperación del pintor lombardo en la época actual, un erudito alemán reflexionó sobre el monumental catálogo: “¿Por qué hay tantos adolescentes? ¿Por qué ese empeño en retratar muchachos?”. Con otras coordenadas, la pregunta hubiera sido igualmente válida para el otro Miguel Ángel, el Buonarroti, el de la Capilla Sixtina. ¿Qué hacen en aquel techo bíblico, esos perfectos muchachos desnudos que se conocen como los “ignudi”?. Una primera respuesta es clara. Buonarroti y Caravaggio vieron el alto concepto de la Belleza no en una mujer joven, sino en un muchacho. Pensemos en el famoso cuadro juvenil de Caravaggio “Concierto de jóvenes”; pero bastante después y ya en la desesperanza de su tenebrismo, podemos fijarnos aún en sus diversos David venciendo a Goliat. El cuadro terrible que está hoy el la Galería Borghese de Roma, “David con la cabeza de Goliat”, parece que acoge un autorretrato, un algo tumefacto, del propio Caravaggio en la cabeza cortada de Goliat. Como quien dice, la belleza y la juventud (David) siempre triunfan y están más allá de cualquier zozobra.

Michelangelo de Caravaggio (de familia humilde) aprendió los rudimentos de la pintura en Lombardía –el norte italiano tenía muchísima menor tradición artística que el centro o el sur de la península- pero hacia sus 20 años estaba ya en Roma donde empezó a descollar (en la calle, viviendo a salto de mata) como un singular pintor del natural. El Cavaliere d’Arpino lo acogió primero y enseguida el famoso Cardenal del Monte, muy aficionado a los chicos jóvenes. Pero Caravaggio abandonaba fácilmente los palacios por la calle. Sus mejores compañeros y amigos eran rufianes, ladronzuelos, prostitutas y lo que en italiano de la época decían “bardassa”, de la misma raíz que nuestro bardaje, o sea, un chico afeminado, que en la Roma de entonces tenía la connotación de “chapero”. Ese era el mundo de Caravaggio y de tal apetito de realidad viene su sed de vida, su turbulento afán por devorarla.

Cuando (en una pendencia de juego) Caravaggio mató con la espada, en la primavera de 1606, a un hombre, ya había estado muy brevemente varias veces en la cárcel, y la policía papal juntaba más de diez querellas en su contra por “hombre pendenciero y turbulento”. Ahí empieza la caída y la etapa más trágica de la exasperada vida de Caravaggio –ya con discípulos- que no deja de pintar, cada vez más áspero, más terrible, más en el límite. Huyendo llega a Nápoles (entonces, con Sicilia, virreinato español) y de nuevo huyendo llega a Malta (propiedad de los caballeros de la Orden) donde parece que hace amigos, retrata al Gran Maestre –Alof deWignacourt- y lo nombran a él mismo, en honor a su pintura, caballero de la Orden maltesa. Pero algo terrible (y que no sabemos) tiene que ocurrir –probablemente de carácter sexual- para que el pintor célebre sea encarcelado, huya arteramente antes de que lo maten, y en su ausencia le desposean del título de caballero de la Orden, que tanto le importaba para conseguir el perdón papal. Va a Sicilia y luego de nuevo a Nápoles, buscando el favor del virrey español (que admiraba su pintura) auténtica y psicológicamente desesperado como se ve en sus obras finales (“La resurrección de Lázaro” o “La Magdalena desmayada”) hasta que en la taberna del Ciriglio, alguien atenta contra su vida y lo deja casi mortalmente herido. Según sus biógrafos oficiales, Caravaggio muere en el estío de 1610 de fiebres malignas en el abandono de la playa de Porto Ercole, camino de Roma. Las últimas investigaciones –secretos vaticanos- deducen que lo mataron los caballeros de Malta, que lo perseguían, ya en el mismo Nápoles o camino a Roma. Caravaggio no debía hablar, no debía contar lo que sabía. El genio de la pintura muere con apenas 40 años entre el abandono y la desolación con no pocas intrigas políticas.

Para entender su grandeza basta decir, que aparte de todos los caravaggistas que hoy lo rodean, sin Caravaggio los milagros de Velázquez y Rembrandt hubieran sido imposibles e impensables. Un maldito, bajo el signo de Saturno.

Luis Antonio de Villena

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