"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

Romances lésbicos estivales: críticas de las películas «Un amor de verano» y «El verano de Sangaile»

El verano es un tiempo de cambio de etapa; de inicios y finales; de autodescubrimiento. El momento perfecto para encontrar el amor, a veces por primera vez; mas también el momento perfecto para perderlo. Porque lo que fácilmente llega, fácilmente se va, dependiendo la propia concepción de “amor de verano” de un breve periodo temporal que prácticamente desde que da comienzo tiene la caducidad presente. Dado el secretismo con el que muchos jóvenes y no tan jóvenes viven su condición sexual, el estío constituye una buena estación para explorar las posibilidades del amor y ser, aunque sólo sea por unos meses, consciente de que todo lo vivido hasta el momento sabía poco comparado con tal grado de ilusión y placidez. Y, quién sabe, quizá haya vida más allá del verano. Al romance estival se dedican dos interesantes cintas europeas recién llegadas a la cartelera: la francesa La belle saison (Un amor de verano) y la lituana El verano de Sangaile, ambas escritas, dirigidas y protagonizadas por mujeres. Y a ellas me dedico hoy.

La belle saison (Un amor de verano)La belle saison (Un amor de verano) es el último largometraje de la siempre correcta cineasta gala Catherine Corsini, aplaudida en Cannes por La répétition (2001, Sección Oficial) y Tres mundos (2012, Un Certain Regard). Excelentemente protagonizada por la parisina Izïa Higelin y la belga —educada en París— Cécile de France (que ya encarnó a una mujer lesbiana en la espeluznante Alta tensión en 2003), la cinta explora el movimiento de liberación femenina de los años 70 a través de la relación entre una joven lesbiana de campo que se muda a la capital en busca de la independencia económica y una mujer de ciudad que permanece felizmente emparejada con un hombre hasta que se da de bruces con la atracción que su propio género le granjea. Pese a encontrarse en un contexto en el que hablar del “sexo débil” aún tiene triste sentido, ambas luchan encarecidamente por tomar las riendas de sus vidas. Así, lo que podría reducirse a otro drama romántico sobre los contrastes entre el campo y la ciudad o el autoconocimiento y el autodescubrimiento toma un marcado rumbo reivindicativo donde se echa en falta, eso sí, mayor desarrollo del movimiento feminista como tal (sí, ese al que la notable Sufragistas (2015) dio hace poco por fin el merecido protagonismo). Agradablemente ambientada entre la bucólica campiña y la vital París, la cinta recibió el Variety Piazza Grande Award del prestigioso Festival de Locarno y fue candidata a dos premios César: mejor actriz (De France) y mejor actriz secundaria (octava nominación fallida para la también parisina Noémie Lvovsky, perfecta como la anticuada madre de la protagonista). Perjudicada por una carrera más breve, Higelin se quedó sin candidatura pese a ser probablemente la intérprete más maravillosamente expresiva de la función.

El verano de SangailePor su parte, El verano de Sangaile constituye el segundo largometraje de la escritora y realizadora Alante Kavaite tras Écoute les temps (2012) y un raro caso de cine lituano que aterriza en nuestra cartelera, a lo cual ayudó el premio a mejor dirección de la sección World Cinema del archiconocido Festival de Sundance. Y es que la elegante puesta en escena es la mejor baza de una cinta que concede mucha menor relevancia a lo que cuenta que a cómo lo cuenta. De hecho, pese al buen hacer de las debutantes Aiste Dirziute y Julija Steponaityte, la a menudo extrema actitud de los personajes nunca llega a comprenderse del todo. Es más, la trama en su conjunto parece ir poco más allá de la sinopsis: una adolescente fascinada por los aviones de acrobacias pero torturada por su propia vida conoce en un espectáculo aeronáutico de verano a otra chica que la anima a superar sus propios miedos y arañar la felicidad. Los impulsos juveniles son los protagonistas de un bello drama romántico tornado en poesía por el buen entendimiento entre el diseñador de producción (Ramunas Rastauskas), el director de fotografía (Dominique Colin) y, claro está, la propia directora. Tras otorgarle la Grulla Plateada a mejor film patrio del año, Lituania la envió a competir por el Óscar a mejor cinta en lengua no inglesa, preselección que, tal y como auguré durante el LesGaiCineMad, no pasó de allí. Inesperadamente, la prestigiosa revista cinematográfica Cahiers du Cinéma la incluyó entre los diez mejores films del año pasado.

Aunque los dos films expuestos exploran el amor lésbico juvenil de verano, el acercamiento al mismo es diametralmente opuesto. Así, mientras la aburridamente titulada Un amor de verano ofrece una historia tan convencional como bien contada, El verano de Sangaile se adentra con relativa insolvencia por caminos más fascinantes. Es probable que la primera guste a la mayoría sin llegar a hipnotizar y que la segunda canse a la mayoría pero se gane el respeto de aquellos a quienes conquiste su difusa esencia poética. Por consiguiente, ambas están en última instancia dirigidas a públicos muy diferentes, con lo que, si os conocéis a vosotros mismos, confío en que estas líneas os hayan servido para decidir cuál de las dos merece vuestra atención. A fin de cuentas, los amores de verano son siempre un buen motivo para sonreír y bien merecen una visita a las salas, ¿no os parece?

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