"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

La verdadera religión

EntendámonosSentados en círculo en el suelo ricamente alfombrado de la mezquita de Muhammad Alí, que desde la ciudadela de El Cairo domina la ciudad, en silencio y pendientes de los labios de un solo hombre, habíamos asumido un cierto aire de discípulos escuchando a su maestro o guía espiritual, cuando en realidad éramos un grupo de visitantes occidentales escuchando a su guía turístico. El tema del discurso que éste nos dirigía, con todo, sí era la religión: esa mañana tocaba visitar una mezquita, una iglesia cristiana copta y una sinagoga del centro histórico de la capital egipcia, y en cada una de dichas etapas nuestro guía tenía previsto hablarnos del papel de cada una de las tres grandes religiones monoteístas en la historia y el presente de Egipto. La mezquita era la primera de las tres visitas, y el guía, un egipcio musulmán creyente y practicante, se extendió un buen rato en sus explicaciones, pintándonos una imagen del islam en la que no pudimos percibir mancha o sombra alguna. Cuando hubo acabado, una mujer del grupo, una argentina de blancos cabellos, le manifestó su disgusto por la situación de las mujeres en las sociedades islámicas; y para responderle el hombre le habló de la historia de su propia familia.

Su abuelo, nos contó, un pobre agricultor de una aldea del delta del Nilo, pegaba a su abuela; su padre, que heredó esas mismas circunstancias, no pegaba a su madre, pero sí le gritaba y la maltrataba de palabra. Hasta que él, nuestro cicerone, se le enfrentó un día y le amenazó con llevarse a su madre a vivir con él, su mujer y sus hijas a El Cairo, lo que hizo que su padre cambiara su conducta. Para nuestro guía, el hecho de que su abuelo y su padre hubiesen maltratado a sus esposas no tenía nada que ver con la religión islámica, sino que se debía a las costumbres de la gente ignorante, a “la falta de cultura”. Él, en cambio, había estudiado en la universidad y conocía lo que realmente decía el islam: sabía que éste se oponía a toda suerte de maltrato hacia la propia esposa. Yo le pregunté entonces por el velo o cubrimiento del cuerpo femenino: quería saber si también éste, en su opinión, era meramente una costumbre popular. Me respondió enseguida que no, que el velo sí formaba parte de los preceptos del islam genuino.

Este pequeño debate sobre la posición (supuestamente) verdadera de la religión islámica en relación con la mujer me hizo pensar en un artículo que había leído recientemente sobre el islam y la homosexualidad. Su autor, Abdennur Prado, fundador y presidente de la Junta Islámica Catalana y secretario de la española, no sólo sostenía en él que “no hay fundamento alguno (…) para una condena de la homosexualidad” en las bases de la religión musulmana (es decir, en el Corán y el ejemplo de Mahoma), sino que añadía que, en su opinión, “desde el momento en que los matrimonios entre personas del mismo sexo han sido legalizados en España, nada impide que se celebren entre musulmanes/as”; y no se refería a matrimonios meramente por lo civil, sino a “‘matrimonios entre hombres (o mujeres) según la sharia’ con plena validez a efectos civiles”. Claro que Prado advertía, al principio de su texto, que “esta posición no es absoluto representativa del islam en su conjunto, sino fruto de una indagación personal cuyos frutos se oponen al pensamiento dominante” en dicha religión. Y es que, como reconoce más adelante el mismo autor, “en el terreno del islam siempre coexisten opciones diferentes, algunas veces tan alejadas entre sí que parece tratarse de religiones diferentes”.

Que sobre una cuestión determinada existan puntos de vista contrapuestos es algo que ocurre prácticamente todos los ámbitos de la actividad intelectual humana; lo peculiar de las religiones (o por lo menos, de las religiones monoteístas) es que quienes sostienen puntos de vista contradictorios e incompatibles aseguran, cada uno por su lado, que su propia opinión coincide con (o más bien, revela) la de un juez capaz de decidir sobre cualquier disputa de manera inapelable: el ser supremo, la divinidad. Pero como a éste último no es posible consultarle, o al menos, no es posible hacerlo de forma abierta y pública, no hay modo de establecer con certeza cuál es su auténtica posición respecto a cualquier cuestión que suscite discrepancias entre los creyentes; o lo que es lo mismo, no hay forma de saber cuál es la versión genuina de la religión.

Así que, en cuanto a la situación de la mujer en el islam, la postura de mi guía es en realidad una de las existentes (probablemente la dominante entre las personas de su, digamos, clase social en el Egipto de hoy), pero sólo eso: también hay estudiosos musulmanes, por ejemplo, que consideran que nada tiene que ver el uso del velo –o de los diferentes tipos de velo– por las mujeres con los verdaderos preceptos del islam. Y el propio Abdennur Prado admite, como hemos visto, que su punto de vista respecto a la aceptación o no de la homosexualidad en el islam está muy lejos de ser la doctrina exclusiva o incluso mayoritaria entre los seguidores de su misma religión.

Lo peor de todo esto es que, por lo que parece, nunca faltan, en ninguna de las tres religiones monoteístas, aquéllos a quienes la convicción de que sus propias opiniones representan el auténtico punto de vista de la divinidad les anima a ignorar toda evidencia empírica y todo argumento racional que contradigan sus tan queridos dogmas, e incluso a intentar imponer por la fuerza dichos dogmas al resto de la sociedad. Y en cualquier caso, aunque debo admitir que me parecería una estupenda noticia que los creyentes en esas tres grandes religiones descubrieran un buen día que su fe les prohibía toda forma de inferiorización de, por ejemplo, las mujeres o los homosexuales, lo cierto es que para un no creyente como yo la verdadera religión es, sencillamente, aquélla que verdaderamente se da en un contexto determinado. Y en nuestro contexto histórico me parece obvio que ninguna de esas religiones se caracteriza precisamente por una lucha sin cuartel contra el sexismo machista o la homofobia, sino más bien –con matices en cada caso, y con excepciones como la de Prado– por todo lo contrario.

Nemo

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