"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

La escocesa fea

6 grados de separación

Susan Boyle, de cuarenta y siete años, parada, soltera (y presuntamente virgen) es fea. Desde su pelo hasta sus zapatos, pasando por sus modales, campechanos tirando a rudos, es fea. Sus ojillos pequeños debajo de unas cejas imposibles, su melena medio despeinada, su doble papada, su vestido crema con un cinturón en una tierra de nadie entre el pecho y la cintura y su cuerpo de mujer de cuarenta y siete que no se ha cuidado mucho tampoco la hacen guapa.  Cuando Susan Boyle se presentó a «Britain’s got talent» (un trasunto del «Tú si que vales» español), viéndola en el escenario, al público presente, al televidente y a los tres miembros del jurado le goteaban el colmillo con aquella pieza de frikismo natural que se iban a cobrar. Cuando a la respuesta de que tenía cuarenta y siete años, acompañó la apostilla de «y eso es sólo una parte de mí» con un gesto de cintura cuasi-obsceno y fuera de lugar, esa sensación de se iba a presenciar un espectáculo lamentable, y por ende, jugoso, aumentó y llegó a cotas increibles cuando dijo que quería hacer carrera como cantante y que sólo necesitaba una oportunidad. La carcajada contenida del público se podía palpar, y el afilar de cuchillos del jurado, también.

Sin embargo, lo que hizo Susan Boyle fue poner en escena el cuento que tanto gusta, que tanto encandila de la Bella y la Bestia, siendo ella Bella contenida en Fealdad.  Por la virtud de su don, donde torres más altas habían caído; por la fuerza de su (aún desempleada, desaliñada, desvergonzada) modestia, envuelta en un artificio de parente fealdad que, conjugada su voz con su imagen, se convierte, instantáneamente, en asombro y luego se destila en ternura. Los sinceros hipócritas, los cínicos que esperábamos que Susan Boyle graznara se nos cayó, con dos notas como dos zarpazos, la venda de los ojos y esta escocesa fea hizo que la miráramos con los oidos.  Y el resto, con la ayuda de televisión y, sobre todo, de youtube la han convertido en un fenómeno a escala mundial.

Sin embargo, ¿qué esperábamos, después de todo?. ¿No ha estado preparándose desde los doce años?. ¿No ha estado soñando, legitimamente, desde el momento en que superó las dudas sobre su pericia, en que su voz la elevara sobre los demás?. Esa era la sinceridad de su propósito. No ha cejado en su sueño y su sueño se ha convertido en realidad cantando, precisamente «I dreamed a dream», del musical «Los Miserables».

Aún así el sueño de Susan Boyle no nos queda lejos. Aún hermosos delante del espejo, somos feos, nosotros, los LGTB, a los ojos de quienes no conocen nuestra voz, nuestros actos, nuestra humanidad. En la mayor parte del globo y de nuestros países disfrutamos del desprecio de parte, si no de toda, la sociedad. Y seguimos ahí, como Susan Boyle, persiguiendo el sueño de nuestra propia igualdad, el sueño del seguro refugio futuro de los que son como nosotros. Tampoco nos queda lejos la acción de Susan Boyle cada vez que hemos afirmado con voz rotunda lo que somos, cada vez que lo hemos dicho frente a una audiencia incrédula que, expuesta a la persona que creían conocer y no conocían, han sopesado brevemente sus prejuicios y sus cariños y se han decantado por su amor hacia nosotros. Cuando ha sucedido lo contrario hemos podido salir con la cabeza igual de alta porque hemos dicho la verdad, que nos ha hecho libres de personas que, en el fondo, no nos querían.

En su estupendo libro «Una breve historia sobre casi todo», Bill Bryson congratula al lector por ser él, y sólo él, una combinación única de átomos como no se dará otra en el futuro ni se dió otra en el pasado. Teologías aparte, somos únicos. Harold Bloom, en «Como leer y por qué» invita al lector a leer para iluminarse y así ser luz de los que están alrededor de él. Transponiendo el argumento de Bloom os invito, no sólo en este Día del Libro a leer, sino a ser, con la necesaria autocrítica, con el necesario respeto, con la necesaria flexibilidad, pero nunca sin rendirse, para poder iluminar a los que tenéis a vuestro alrededor y quizá no tengan esa fuerza necesaria. No sólo por eso,  Susan Boyle, fea, soltera, virgen, desempleada, no lo hizo, y el mundo la aclama, ahora, por su voz; porque tuvo el «valor de no ceder ni someterse nunca /¿significa algo más no ser vencido?». Y aunque el verso que cito lo diga el Luzbel de El Paraiso Perdido de Milton, creo, teologías aparte, que es el más adecuado.

Enrique Olcina

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