"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

Rebecas de mangorina

La chaqueta de punto ya no es llamada rebeca desde mis tiempos de parvulos, y ese termino no lo usa ni el VENCA para su venta por catálogo, y el BURDA algunas veces, pero cuando no tiene más remedio.  Angel Garó, injustamente relegado a apariciones puntuales, le dió un giro al término con su personaje de Maruja Jarrón y su dislexia tan de andar por casa. Con un gesto típicamente de mujer entrometida, de maruja conservadora que sospechaba que todos eran maricones o drogadictos que se metían colacaína,  preguntaba si esa rebeca era de mangorina; el término mangorina se convirtió en una clave de humor entre mi madre y yo para preguntarnos por cualquier tipo de tejido que no identificaramos. Y el propio Garó dijo que una maruja no era necesariamente una mujer, que ahí estaba Carrascal, por ejemplo

Lo cierto es que la chaquetita de punto debe su nombre de rebeca, no a Rebbeca (Alfred Hitchcock, 1939) sino a la narradora y una de las protagonistas de esa película, la segunda señora de Winter, de la que no conocemos su nombre, sino que sólo sabemos que tras un meteórico noviazgo, una boda express y una fugaz luna de miel con todo un lord inglés, Maxim de Winter, se ve dueña y señora de Manderley. ¿Y qué es Manderley?. Es una mansión con espíritu de emboscada. La segunda señora de Winter, de extracción humilde y educación no convencional, se va tropezando con su propia inexperiencia, su deseo de agradar, su amor por Maxim, y la omnipresente primera señora de Winter, muerta en un naufragio, de la que cree que su marido todavía sigue secretamente enamorada.  Porque Rebecca está presente en la distribución de las habitaciones, en los cajones del despachito, en el ala norte, en el servicio, en lo que no se menciona a Maxim y en lo que se habla a sus espaldas. Rebecca -encantadora, bella, elegante, sofisticada- es, en realidad, el secreto inconfesable de Maxim de Winter, que su segunda esposa no hace sino enfrentar, a pesar de que ni él ni ella quieran hacerlo.

Bienvenidos a Manderley, pues. Porque Manderley es ese mundo ordenado y tranquilo en el que todos hemos querido vivir alguna vez. No se me tome en sentido literal, por favor. Manderley tiene respetabilidad, estatus, empaque  y el elogio de quienes nos rodean. Todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos sidos pavisosas e inseguras segundas señoras de Winter, agarrados a nuestras chaquetitas de punto, nuestras rebequitas insuficientes cubriendo nuestros medrosos seres mientras nos hemos enfrentado al cánon, a esa Rebecca que era todo lo que hubieramos querido ser y no podemos; falta el espíritu en forma de ama de llaves, Mrs. Danvers, que nos invita a ver las posesiones de la señora ausente y nos susurra al oido que todo eso será nuestro si invocamos el nombre de Rebecca, de la normalidad, de la apariencia. Cuando nos resulta imposible, nos invita a saltar desde la ventana de los aposentos de Rebecca, diciéndonos que puesto que no podemos ser así, mejor acabar con todo, tan fácil es saltar por la ventana, nos susurra la muy cabrona Normalidad con moño de Mrs. Danvers.

Hay quien todavía no le ha visto el juego y juega, enrebecado, a la comba, al pie del acantilado.  Lo hace COLEGAS y, como todo, no es nada nuevo bajo el sol. No es nuevo porque ese mensaje de integración a través del camuflaje gris de la no visibilidad, de las rebecas de mangorina, de la actitud apocada, medrosa y complaciente -en este caso  con un partido,el PP, que nos niega nuestros derechos, con una panoplia de expresiones y acciones llenas de cinismo, como poco- ya se intentó con una derecha más dura -EE.UU en plena Guerra Fría- y fracasó. Fracasó la sociedad Mattachine y sin embargo triunfaron los que empezaron a correr a puñetazos, taconazos y bolsazos a unas fuerzas del orden que se ensañaban contra ellos, quienes exigieron en voz alta frente a la Asociación Americana de Psiquiatría su derecho a dejar de ser llamados enfermos. No fueron, como nos fabula muy bien «Milk» los parecidos, sino los diferentes.

COLEGAS todavía no ha conseguido explicar por qué, junto a actividades beneficiosas para los gays, realizadas por sus esforzados voluntarios, da un premio por aceptar el matrimonio homosexual a unas juventudes del PP, las de Murcia, que no han admitido nada. O por qué ha pedido respeto para la sentencia del TSJCyL y no le ha pedido al Ministerio que recurra esa sentencia que parece contravenir las recomendaciones del Tribunal Supremo sobre que contenidos debe tener Educación para la Ciudadanía. O por qué critican la ayuda municipal a la manifestación del Orgullo en Sevilla, con argumentos tan regios como eso de que no representan a nadie señores en tanga. Sin embargo no lo hacen con la misma ayuda en Madrid; y  tampoco ofrecen un modelo alternativo a una manifestación que una constrastada garantía de éxito hasta ahora,  salvo quitar a los radicalmente diferentes, cuyos antecesores consiguieron los derechos de los que ahora disfrutamos todos y a los que COLEGAS parece no querer ni en pintura, y mucho menos en carroza

Cualquier mal pensado diría que el PP, con buen criterio de economía, ha externalizado su área LGTB en COLEGAS y lo usa como colchón contra las críticas. Yo, como no lo soy, quiero creer que están simplemente atrapados en su rebequita de mangorina, hecha de un poquito de homofobia interiorizada, mucha discreción, mucha grisura y mucho moño de ama de llaves y si no un armario, un vestidor, como el de Rebecca, bastante amplio, lleno, a su vez, de grises rebequitas de mangorina.

Enrique Olcina

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