"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

No me dejes perder lo que he ganado

elcajondelascartas

Todo un año. Ha transcurrido un año desde que Manolo y yo decidimos contraer matrimonio después de una larga convivencia en común sin certificados, registros ni contratos. El amor nos arrastró a compartir nuestras vidas y es el amor lo que, finalmente, una fría mañana de invierno, nos llevó a decir un “sí consiento» ante el Juez.

Nuestro compromiso no fue otra cosa que el triunfo definitivo del amor, que entre otras razones el Derecho tutela sin otro interés, tan humanamente comprensible, que el beneficio de los propios miembros de la pareja frente a injerencias o agresiones extrañas. Cuántas veces hemos escuchado: “sus hermanos le han obligado a vender la casa y devolverlo todo», o “que no ha podido entrar en la UCI del Hospital porque no es un pariente cercano», o “que a Carlos o a Blanca finalmente no les ha quedado nada». Nada, después de toda una vida construyendo un patrimonio, extenso o reducido, pero, al fin y al cabo, consistente en las únicas pertenencias de la familia, sin otro esfuerzo y energía que los de la propia pareja.

Algunos piensan que no hay moral ni principio en esta relación, tan sólo el forzado reconocimiento de la Ley, como si fuéramos objetos semovientes o animales, o un círculo recreativo, y eso duele… ¿Es que acaso no hay nada más espiritual, honesto y decente que dos personas expresen ante la comunidad la firme voluntad de convivencia, afecto, cariño y apoyo mutuo permanente y estable de tal forma que la sociedad comprenda que donde antes existían dos individualidades ahora existe una unidad con sustantividad propia, es decir, una familia? En esto consiste esencialmente el matrimonio. Ante esta realidad primero llegó la pregunta y luego la respuesta: ¿Por qué dos personas del mismo sexo no pueden hacerse esta dulce promesa con las bendiciones de nuestros vecinos? Nuestros vecinos fueron consultados sobre esta cuestión y sus bendiciones, ya sin reparos, nos alcanzaron de forma definitiva. Hoy formamos una sencilla familia de clase media, como cualquier otra.

La “civilización» no es otra cosa que una acción conjunta de sociabilidad, la capacidad de los ciudadanos en coincidir, en respetar las reglas de conducta que el común de los mismos ha decidido establecer por cauces legítimos. Este es también el contenido de la ética y la justicia. Nosotros hemos contraído matrimonio ante nuestra sociedad respetando estas reglas, pero algunos pretenden hacernos creer que esto no ha sido así.

De otra parte, estos mismos sujetos intentan imponernos su propia idea de lo que es o no es natural induciendo a desconcierto y confusión a quienes no se encuentran apercibidos de este juego malicioso de palabras, como si la definición de lo que es o debe ser de o contra natura no fuera sino una percepción y creación de los hombres, es decir, lo que nosotros queramos que sea en cada momento. Las instituciones son las que deben adaptarse a las circunstancias del devenir de las personas, lo contrario sería intentar conseguir la cuadratura del círculo.

El matrimonio es una institución formal y conceptual –un estado civil- al que el ordenamiento jurídico anuda unos determinados efectos, de la misma forma que constituimos una sociedad, una persona jurídica o cualquier corporación –como lo es la Iglesia o un partido político-. Es decir, las instituciones carecen de elementos físicos, de pies o de manos. Por ello, que dos hombres o dos mujeres contraigan matrimonio no puede considerarse innatural, de la misma forma que no puede decirse que vaya contra natura el hecho de que sólo puedan acceder las mujeres al convento. Precisamente el matrimonio será siempre lo que los hombres, la sociedad o el Parlamento quieran que sea en cada momento de la historia.

Nuestro matrimonio es así, sencillamente, un acto de justicia en libertad.

“No me dejes perder lo que he ganado…». Federico García Lorca evocaba así la jubilosa fortuna del amor –evidentemente homosexual- experimentada tan sólo unos meses antes de recibir un sordo balazo en la cabeza. Sin duda Federico hubiera cantado como nadie la alegría de los novios o de las novias marchando hacia la boda, el júbilo y la euforia de los amigos, las risas y las preguntas indiscretas de los niños –“¿os daréis un beso con lengua?»-, los pícaros comentarios de los ancianos susurrados entre dientes al oído de los contrayentes, sus graves consejos y admoniciones, la educada felicitación de los funcionarios, y por encima de todos ellos, la radiante felicidad de las madres y abuelas y, como no, de los novios.

Y ante todo esto yo me pregunto: “¿Dónde está la diferencia?».

A quienes ahora intentan devastar mi hogar y mi familia yo les digo “no dejaré perder lo que he ganado», porque si fuera necesario estaré dispuesto a defender la felicidad de los míos con mi propia vida.

El joven Amaril (Jesús Flores)

Esta carta, publicada el 1 de marzo de 2007, es la primera ‘rescatada‘ del cajón.  Si quieres ver los comentarios que suscitó en su momento, puedes ver la carta original en el archivo antiguo de dos manzanas.

Comentarios
  1. Flick
  2. Raul Madrid
  3. Ave
  4. rafarodriguez
  5. dlareg
  6. Giorgio
  7. elputojacktwist
  8. eljovenamaril

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