Natalie Clifford Barney y Liane de Pougy. La seducción infinita
Lo podría haber dicho Noël Coward y no por ello sería menos verdad: Ser rico puede ser una casualidad, pero ayudar, ayuda muchísimo. ¿Quién lo duda? La vida de la multimillonaria norteamericana Natalie Clifford Barney, hija mimada de una afortunada familia cuyo dinero venía del ferrocarril, es un caso excepcional. Pudo siempre hacer lo que quiso, porque era audaz, inteligente y valiente, pero además porque siempre le respaldó su mucho dinero. Sólo de una tonta se podría afirmar aquello de “pobre niña rica”.
Nacida en Dayton (Ohio) el 31 de octubre de 1876, Natalie recibió una educación esmerada que incluía algo entonces sólo al alcance de los privilegiados: viajar mucho. Desde jovencita adoptó una aparentemente doble actitud que marcaría su vida: de un lado era coqueta y seductora (su biografía escrita en francés por Jean Chalon, se titula precisamente así, “Portrait d’une séductrice”, retrato de una seductora) mientras que, al tiempo, se comportaba un tanto en virago, y parecía jugar al safismo y a la androginia. Siempre sedujo cautivadoramente (mujer de rasgos fuertes, pero hermosos) y nunca ocultó que era lesbiana. De hecho fue la lésbica más importante, proselitista y mecenas de su largo tiempo. Sobre todo desde que en 1902 se instaló definitivamente en París, empezó a escribir en francés (su lengua literaria) y abrió en su palacete del 20 de la rue Jacob, un salón literario y galante que terminó conociéndose por el nombre de un quiosco o templete que había en el jardín, El salón de la Amistad. Aunque no faltó algún hombre entre los invitados (sobre todo caballeretes de moda y algún intelectual, siempre filogay, si no homosexual evidente) aquel salón fue un espacio eminentemente femenino, donde Afrodita Sáfica tenía altar dispuesto.
La lista de amores y amistades de Natalie Barney impresiona. A muchas de sus amigas –bohemias más o menos desarraigadas- las ayudó económicamente, protegió intelectualmente a otras, y las amó (aunque fuera un breve lapso) a todas. Era conocida como “La Amazona”, apodo que debe al gran crítico y escritor Rémy de Gourmont que recogió las cartas que le escribía en el libro titulado “Cartas a la Amazona” de 1913. Gourmont fue su admirador intelectual, claramente fue correspondido; pero quienes supieron de la Amazona –verdaderamente- fueron la duquesa de Clermont-Tonnerre, la gran poeta simbolista Renée Vivien, la ambigua e inteligente Colette, la escritora Lucie Delarue-Mardrus (esposa del célebre orientalista que tradujo por entonces al francés “Las mil y una noches”), o la pintora Romaine Brooks, quizá su amor más duradero y constante. Compitió limpiamente con Gertrude Stein en la creación de ese ámbito y casi moda lésbica que vivió el París de los años 20. Y así, también las transterradas norteamericanas y británicas pasaron por el salón de la Amistad, desde la propia Stein o la gran Djuna Barnes hasta la singular sobrina de Oscar, Dolly Wilde, a quien la Amazona también protegió y quiso. “Me he dicho –le escribió mucho más tarde, en 1963, Marguerite Yourcenar- que tuvo usted la suerte de vivir en una época en que la noción de placer era aún una noción civilizadora”. Era cierto, el placer no se adscribía (más que por los muy puritanos o católicos) a la banalidad o al “vicio”, sino al cultivado gozo de vivir, donde siempre la inteligencia da la mano a los sentidos. De otro lado, si el seductor Don Juan, que conquista mujeres, es un arquetipo masculino, y la pérfida Vampiresa, que conquista hombres, es arquetipo femenino, ¿cómo llamar entonces a esta nueva mujer que no deja de seducir y conquistar a otras mujeres? ¿La gran Amazona, como las míticas guerreras combativas? “Mis besos se rezagan a la sombra de tus pasos”, le había escrito en verso Renée Vivien.
Liane de Pougy (cuyo verdadero nombre era Anne-Marie Chassaigne) era una chica, bellísima, nacida en 1869, que estudió en un colegio de monjas y que abandonó a su primer marido, en una oscura provincia francesa, porque la pegaba. Entonces escogió la carrera de bailar y ser protegida por los hombres (lo que en la época se llamaba una “demi-mondaine”) y se fue a París y directamente al Follies-Bergère, donde hizo su primera gran conquista: el príncipe de Gales, que la cubrió de brillantes, como dice la canción popular. A los hombres poderosos, como el rey de Portugal o Maurice de Rothschild, se unieron pronto intelectuales como el mundano Gabriele D’Annunzio o el escritor y cronista (este sólo a título de amigo, porque era muy gay) Jean Lorrain. Esta mezcla de belleza, riqueza, seducción e inteligencia marcó, en la Belle-Époque, el éxito inmenso de Liane de Pougy, que quedó por delante de la Bella Otero o de Emilienne d’Alençon, otras de las grandes señoritas de lujo. ¿Qué podría atraer más a una seductora como Natalie Barney que liarse, aunque fuera una temporada, y enamorar a la gran devoradora de hombres, Liane de Pougy? La Amazona a la caza de la Vampiresa. Y contra casi todos los pronósticos el ritual se cumplió. Invitada, perfumada y agasajada en el templo de la Amistad, Liane cayó en los brazos de Natalie. Se conocieron a principios de 1899 y la pasión duró más de un año. Fue la noticia inflamada de la libertad de París. La rica Natalie Barney, de 23 años, se había convertido en el amor de una de las mujeres más deseadas del mundo, la hermosa y delicadísima Liane de Pougy, que en ese momento estaba a punto de cumplir 40, aunque no los confesase. Terminada la apasionada relación, en 1901, Liane publicó una preciosa novelita, en clave, “Idylle Saphique” (*) donde a Natalie se la llama Flossie y se deslizan frases como “palabras, caricias, rozamientos, eso somos nosotras”. El escándalo inteligente abrió de algún modo muchas puertas a otras clausuradas mujeres.
Liane de Pougy se volvió a casar, algo después, con el rumano príncipe Ghika. La familia de él lo desheredó a causa de esa boda infausta, pero el amor era muy de verdad porque duró hasta la muerte, y ella ya no necesitaba el dinero, se lo habían dado otros hombres. A la muerte del príncipe, una elegantísima y mayor Liane de Pougy, se retiró a un monasterio, bajo el nombre cierto de princesa Ghika. Murió en 1953, con 83 años. Todo un mundo perdido, diremos unos. Toda una película, supondrán otros.
En cuanto a Natalie Clifford Barney (seductora hasta el fin, sedujo al entonces joven autor de su biografía, que la comenzó mientras ella vivía aún) murió en París en febrero de 1973, con 96 años. Escribió libros de aforismos, de memorias y ensayos varios, una labor nada desdeñable. Aunque pocos duden hoy de que la mejor obra fue su vida misma, consagrada al placer, a la libertad, a la inteligencia, al lesbianismo.
(*) Nota: Esta obra lleva originalmente por título “Idylle Saphique” (Idilio sáfico). Ha sido traducida al español por Luis Antonio de Villena y publicada por la editorial Egales.
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Aunque el dinero la ayudara tanto, esta tía no deja de haber sido excepcionalmente valiente, me encanta oir historias de epocas pasadas en las que la prota realmente vivió en libertad y el final fue feliz, en el sentido de que siempre vivio a su manera, en lugar de tantas con final tragico como las de Wilde, Lorca, etc.
Me gustaría felicitarla.. o que me sedujera a mí xDDDDDD
¡A cuántos nos gustaría ser seducidos!
Ozores uala! pedazo de hetero xD