"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

El 15-M y los derechos LGTB

Anatole France dijo que la oscuridad nos envuelve a todos, pero unos nos levantamos y avanzamos a oscuras dándonos golpes contra las paredes y otros se quedan quietos, tranquilos y mudos en el centro de la habitación (o algo parecido). He sido uno de los que ha asistido estupefacto, emocionado y lleno de esperanza a la movilización popular surgida tras la manifestación del 15-M. Ha habido momentos de desencanto, obviamente, de miedo incluso. En España nunca habíamos tenido algo así, al menos desde que murió Franco (y durante los cuarenta años anteriores, menos). La “modélica” transición impidió esa alegría revolucionaria que envidiábamos en nuestros vecinos portugueses. Todo había quedado atado y bien atado y quizá ya era hora, no sólo de desatar el nudo, sino de romperlo a la manera de Alejandro Magno (que era bastante mariquita, por cierto).

La sangre fresca y joven, nueva, corre de plaza en plaza por los barrios de Madrid, por otras ciudades del Estado, por Europa y América, como se trasmitían las ideas y los conocimientos en la ruta de la seda (bellísima comparación de Eduardo Punset). He oído estos días a mi familia, a mis compañeros de trabajo, a mis vecinos, hablar de la ley D’Hondt, de la circunscripción única, del valor del voto nulo o en blanco o de la abstención más que en todos los años que llevamos de democracia, desterrando mitos y leyendas urbanas promovidas por oscuros intereses. Los medios de comunicación tradicionales han perdido poder frente a una comunicación horizontal nueva e impredecible: las redes sociales. Un mensaje de cinco palabras da la vuelta al mundo ocho veces en un segundo. Y lo que es mucho más bello: hemos vuelto a comunicarnos en las plazas.

Se acercan momento duros. Todo hace prever que las próximas elecciones nos llevarán de vuelta a tiempos que no queremos ni recordar. Dentro de poco desalojarán el campamento de Sol (esperemos que de modo civilizado). Pero igual que los egipcios han aprendido cual es el camino que les lleva de vuelta a la plaza de Tahrir, nosotros ya sabemos cual es el camino que nos lleva a la Puerta del Sol. Sabemos cómo hacerlo: quien hace un cesto hace ciento. “No tenemos miedo”, gritaban los jóvenes estos días. Claro que no. Vamos a defender nuestros derechos como los leones defienden a sus crías. Esas “aplastantes” victorias quedan bastante reducidas cuando se comparan con la abstención, el voto nulo, o el voto que queda disperso, ninguneado y silenciado por una Ley Electoral injusta creada para un momento muy particular y que ya no tiene ningún sentido. Podrán gobernar con sus mayorías aplastantes, que serán legales pero inmorales. “Hemos arrasado”, gritan pomposamente los que reciben un voto de cada cuatro ciudadanos. “No nos representan”, dicen los jóvenes. Obviamente, no lo hacen. Y allí estaremos para demostrarlo cuando haga falta, todas las veces que haga falta.

Aun sin saber en qué acabará todo esto, ya se ha avanzado bastante: formar nuevos ciudadanos que saben de democracia mil veces más que sus padres. Que han visto cómo es duro pero posible llegar a un consenso escuchando la voz de todos, que han comprendido por sí mismos (que es la mejor manera de comprender las cosas) que hay aspiraciones irrenunciables y que, además, están previstas en nuestra Constitución y cuyo incumplimiento está penado por nuestras leyes (aun así, las leyes y las constituciones también se cambian). Parece mentira que aún haya que recordar a nuestros gobernantes aquello de “no robarás” o “no matarás”. Pero hay más cosas: separación de poderes, derechos inalienables del ser humano, estado laico… De nosotros depende la labor de defender lo nuestro con uñas y dientes y de denunciar lo escandaloso aunque se haya convertido en habitual. Aunque sea a oscuras, dándonos golpes contra las paredes. Pero esperando que ese sitio, en el centro de la habitación, en el que permanecíamos ignorantes, mudos y tranquilos, se quede cada vez más vacío.

José L. Serrano (elputojacktwist)

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