"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

Eres lesbiana, no persona

una carta en dosmanzanas grande

Artículo publicado originalmente en Paralelo 36 Andalucía como respuesta a las palabras de la periodista Sandra Barneda en el programa de Telecinco «Hable con ellas» alusivas a la visibilidad LGTB.

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Se ha puesto de moda esconder lo que provoca la discriminación para reclamar la aceptación social. No sé en qué momento las palabras empezaron a esconderse pero la realidad es que si no hubiera sido por los maricones que se reivindicaron como maricones –la palabra gay vino después, también como armario para esconder el significado peyorativo de “maricón”- o por las mujeres que se atrevieron a vivir como lesbianas, a pesar de sufrir las miradas de sus vecinos, nunca hubieran existido presentadoras o famosas que hacen alegatos a favor de la libertad sexual sin pronunciar la palabra mágica: “Soy lesbiana”.

Ellas y ellos prefieren ser personas. Como si la discriminación se debiera al hecho de ser persona y no por ser lesbiana, gay o transexual. También se ha puesto de moda renegar de los colectivos de gays, lesbianas y transexuales que defienden la igualdad. Esos pocos valientes que han dedicado y dedican parte de su tiempo a luchar para que pronunciar las palabras mágicas “gay”, “lesbiana” o “transexual” no sea sinónimo de estigma ni de discriminación. Además de su tiempo, muchas y muchos activistas se han dejado la propia vida, en las cárceles o en el cementerio. Hace sólo menos de 40 años que en España ser homosexual o transexual permite ser persona.

Gracias a que hubo gays, lesbianas y transexuales que no tuvieron miedo a etiquetarse y no se escondieron nunca en la cobardía de “soy persona”, es posible que Sandra Barneda sea presentadora de televisión y hable durante tres minutos de su condición sexual, sin pronunciar la palabra mágica: “Soy lesbiana”.

Además de conseguir lo imposible, no pronunciar la palabra “lesbiana” para decir que es lesbiana, esta presentadora de televisión se permite el lujo de afirmar que “estoy en contra de los lobbys”. O lo que es lo mismo, está en contra de la gente que milita en las asociaciones que luchan para que esta presentadora pueda casarse, presentar un programa de televisión y decir que tiene novia sin entrar después por las puertas de un centro penitenciario, que es lo que ocurre aún en casi setenta países del mundo. En menos, en ocho, ser lesbiana te cuesta la vida.

Uno podría haber pensado, al escuchar a Sandra Barneda, que el motivo de su discurso es por ser presentadora de televisión y no por ser lesbiana. No sé si es la posmodernidad o la desvergüenza. O producto de una sociedad sin referentes que cree que cualquier logro es fruto de su esfuerzo individual y no de la lucha colectiva de generaciones pasadas, que se perdieron su vida por ser homosexuales y transexuales y no por ser personas. A las personas no las discriminan por ser personas, las discriminan por atentar contra las normas sociales, políticas o económicas establecidas.

Las mujeres que matan sus parejas no son asesinadas por ser personas, sino por ser mujeres; los palestinos no son masacrados por ser personas, sino por ser palestinos; los negros no sufrieron el apartheid por ser personas, sino por ser negros en un mundo dominado por los blancos; y lesbianas, gays o transexuales no hemos sido obligados a ocultarnos por ser personas, sino por ser gays, lesbianas o transexuales.

Durante mi proceso de autoaceptación, que todas las personas homosexuales y transexuales estamos obligadas a transitar –con más o menos sufrimiento-, lo que más trabajo me costó fue poder pronunciar delante del espejo las palabras mágicas: “Soy gay, soy maricón, soy homosexual”, decía moviendo levemente los labios, con miedo a que sonara y me oyeran.

Recuerdo el primer día que pronuncié la palabra mágica. Ese día me acepté, me quise, me empoderé y me sentí dispuesto para salir del exilio interno que recorría. Antes, había deseado en alguna ocasión no despertar. O amanecer heterosexual para no darle el disgusto de su vida a mi madre. Sí, por la cabeza de muchas personas homosexuales y transexuales ha pasado la idea del suicidio. Sí, hemos sentido miedo de salir a la calle y sentir el rechazo del mundo en la palabra mágica: “Maricón”.

Por eso, desde el día que pude pronunciar la palabra mágica, delante de un espejo –como los actores ensayan sus papeles-, me dije a mí mismo que trataría, por todos los medios, de cambiarle el sentido peyorativo a la palabra “maricón”. Robándole las palabras a los que nos han discriminado y convirtiéndolas en positivas, les estamos quitando las armas que han usado históricamente para mandarnos al exilio y hacernos pensar que quizás no merecería la pena vivir.

Cada uno es libre de vivir su orientación sexual como quiera, en eso consiste la libertad. Pero a lo que nadie tiene derecho, desde el glamour que dan los medios de comunicación y una igualdad legal conseguida por miles de personas que no tuvieron miedo a pronunciar las palabras mágicas, es a esconder a las personas homosexuales y transexuales debajo de la etiqueta “soy persona”. No conozco a ningún heterosexual que se defina como persona delante de sus amigos para hablar de su pareja. Ni delante de su jefe o de su familia. A las personas gays, lesbianas y transexuales no nos cuesta trabajo pronunciar “soy persona”, sino “soy gay, soy lesbiana o soy transexual”.

No nos han discriminado históricamente por ser personas, sino por ser homosexuales y transexuales. Por ser los maricones, las bolleras y los travelos de nuestros barrios, pueblos o familias. Yo no he atravesado un exilio personal para poder decir que “soy persona”, sino para poder decir que “soy gay” y devolverle el significado de esta palabra en forma de bomba a quienes piensan que el delito es ser homosexual o transexual y no la homofobia.

Raúl Solís

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