"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

¿Y el cine de animación LGTB?: críticas de «Frozen» (Disney) y «El recuerdo de Marnie» (Ghibli)

Por fin llegan a las pantallas las dos últimas joyas del estudio Ghibli: El cuento de la princesa Kaguya (Isao Takahata, 2013) y El recuerdo de Marnie (Hiromasa Yonebayashi, 2014), las primeras en hacerlo tras el triste retiro de Hayao Miyazaki, máximo icono del querido estudio. Se trata de una oportunidad única de acercarse a la siempre personal animación japonesa, rara vez presente en nuestra cartelera, a través además de dos recientes candidatas al Óscar. Pero, ¿a qué viene esto en una columna cultural LGTB?, os preguntaréis. Pues a que El recuerdo de Marnie es la primera película de animación que veo (y creedme: he visto muchas) que admite una clara lectura LGTB más allá de la sobreinterpretación, lo que supone un importante (aunque sutil) paso para nuestra comunidad que no debe pasar desapercibido.

frozen posterY es que, lastrado por su espíritu conservador familiar, el cine de animación no es precisamente el más progresista en lo que al mundo LGTB se refiere. De hecho, el primer personaje (secundario, eso sí) abiertamente gay de una película animada mainstream apareció hace tan solo cuatro años en la peculiar El alucinante mundo de Norman (Chris Butler y Sam Fell, 2012); vergonzoso, ¿no os parece? Por su parte, las enrevesadas referencias halladas en la maravillosa Frozen (Chris Buck y Jennifer Lee, 2013) indignaron a la mismísima Iglesia (¡musical tenía que ser!). Y es que, al margen de la familia claramente homosexual que aparecía fugazmente en una simpática escena, la necesidad de la protagonista por encerrarse en sí misma podía ser perfectamente entendida como una homosexualidad oprimida, lo que convirtió a su oscarizada “Let it go” en todo un himno de libertad. Y es precisamente dicha canción, junto al resto de geniales composiciones del film (“Love is an open door”, “Do you want to build a snowman”…), lo que convierte a Frozen en un verdadero divertimento para toda la familia, además de un genial ejemplo de progresismo en lo que al estudio Disney se refiere. Probablemente Elsa no sea lesbiana, pero el mero hecho de que el amor de su hermana sea más importante que el de cualquier hombre ya es toda una declaración de intenciones.

El recuerdo de MarnieAlgo similar sucede en El recuerdo de Marnie, adaptación de la novela de Joan G. Robinson, pero de forma mucho más marcada. Y es que el odio que expresa su protagonista, Anna, hacia sí misma y el mundo que la rodea cobra mucho más sentido si lo relacionamos con esa angustiosa sensación que tantos homosexuales han experimentado alguna vez antes de salir del armario. Además, la imagen de la joven es claramente masculina (¡no pretendo avivar tópicos con esto, pero no creo que sea casualidad!) y su relación con la delicada Marnie resulta demasiado cercana incluso para la sociedad japonesa (donde la amistad adolescente femenina se vive con especial intensidad, tal y como demuestra con gran belleza su cine). Miradas de compenetración, mejillas sonrosadas, bailes pegados, «te quieros» al aire y picnics a la luz de la luna plantean la siguiente cuestión: ¿dudaría alguien del amor entre los personajes de ser Anna un chico?

Todo esto convierte el visionado de El recuerdo de Marnie en una experiencia obligatoria, aun cuando no encontraréis nada explícito en ella (como tampoco se encuentra con respecto a relaciones heterosexuales en este tipo de cintas, al fin y al cabo). En cualquier caso, al margen de esta interpretación, esta película ha confirmado a Hiromasa Yonebayashi (director de la deliciosa Arrietty y el mundo de los diminutos, 2010) como el principal sucesor de Hayao Miyazaki. Por supuesto, a sus 42 años, el realizador aún tiene mucho que aprender del maestro de 75 (al que, por cierto, ha acompañado en todas sus producciones desde La princesa Mononoke, 1997), pero sus dos primeras cinta reflejan el mimo y el sentimiento de las mejores producciones del querido estudio, con sumo lujo de detalles con respecto a la técnica y un bello desarrollo de los personajes. En contra de El recuerdo de Marnie juegan la poderosa sombra de las grandes obras maestras de Ghibli y, sobre todo, un guion que no parece terminar de tener claro lo que quiere contar, quizá precisamente por no lanzarse directamente a explorar la homosexualidad. Con respecto a esto último, el estudio nipón todavía no se ha pronunciado, pero, aunque no sea más que una teoría alternativa, vale la pena celebrar esta película como un peculiar ejemplo de cine LGTB al que, esperemos, sigan Disney, Pixar y DreamWorks cuanto antes. Ya que el mundo real está cambiando, ¿por qué no cambiar también el animado?

Comentarios
  1. DanielGrimoir

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