"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

El cine LGTB del 43º Festival de Toronto: críticas de «Girl», «Boy Erased», «Colette», «Giant Little Ones», «Virginia and Vita», «The Death and Life of John F. Donovan», «Rafiki», «Green Book», «Jeremiah Terminator LeRoy», «Splinters», «Can You Ever Forgive Me?» y «El secreto de las abejas»

Justo antes de pasar por el Festival de San Sebastián, al que siempre me dedico en esta columna y me dedicaré próximamente, este año he tenido la posibilidad de pasar por el Festival de Toronto, por el que han pasado películas de temática lésbica, gay, trans y queer de excelente calidad, aun cuando también ha habido varias decepciones. Dada la envergadura de la programación, no he podido recopilar todas, pero sí creo haberme acercado a la mayoría, tal y como expongo a continuación.

Comienzo por la belga Girl, que volveré a citar pronto debido a su paso por el Festival de San Sebastián, cuenta la durísima pero esperanzadora historia de una adolescente trans deseosa de llegar cuanto antes hasta el final del proceso de «ser mujer», siendo incapaz de ser feliz y disfrutar de la vida mientras siga poseyendo resquicios masculinos que llevan a quienes la rodean a no verla tal y como ella quiere ser vista. Victor Polster ofrece una interpretación valiente y sincera que le valió el reconocimiento a «mejor actuación» (sin género) de la sección Una Certain regard de Cannes, donde la cinta también se alzó con el prestigioso FIPRESCI y la cámara de oro a mejor ópera prima para Lukas Dhont. Por suerte, ya la tenemos en cartelera.

Sigo con la esperadísima Identidad borrada (Boy Erased), segunda película de Joel Edgerton, quien debutó brillantemente con El regalo (2015) pero lamentablemente ha tropezado en esta ocasión, ofreciendo un producto torpe donde sólo destacan dos elementos secundarios: la conmovedora (mucho más que la película) canción «Revelation», de Troye Sivan & Jónsi, y la sentida interpretación de Nicole Kidman. Esta última encarna a la madre de un chico (Lucas Hedges, que ya «salió del armario» en Lady Bird [crítica]), forzado por su conservador —predicador baptista, de hecho— padre (Russell Crowe) a participar en un duro programa de «cura» de la homosexualidad. La base es el libro autobiográfico de Garrard Conle, pero por desgracia la fuerza del mismo se ha perdido en la adaptación. Aun así, estamos ante una película destinada a hacer mucho bien.

Colette fue dirigida por Wash Westmoreland con su exmarido y compañero Richard Glatzer, fallecido en 2015, guiando su mente y corazón. Keira Knightley, que llevaba años sin enfundarse en los lujosos vestidos de época que caracterizan su carrera, encarna con arrojo a una de las figuras más interesantes de la historia literaria: Sidonie-Gabrielle Colette, autora de las polémicas novelas Claudine y Gigi, que causaron gran revuelo en el París de los años 20. Hasta allí nos traslada con sumo lujo de detalles una película visualmente hermosa donde los decorados y los vestidos son sin embargo lo de menos, concentrándose la cámara en todo momento en la complejidad de Colette, una mujer tornada en un icono temprano de la comunidad LGTB por un desprecio a las convenciones que la llevó a mantener relaciones con hombres, mujeres y personas trans, sirviendo de ejemplo temprano de pansexualidad.

Aunque la historia de la iniciación en la homosexualidad ya está harto manida, especialmente cuando involucra a dos amigos de toda la vida que no tienen del todo clara su relación, su interés sigue siendo tan latente como la homofobia que aún puebla los patios de instituto. En su ópera prima, Giant Little Ones, el canadiense Keith Behrman la ha abordado rodeándose de un encantador reparto adolescente que, desde la frescura y el entusiasmo, levanta un mundo donde los prejuicios y la búsqueda de libertad se entrelazan en todo momento, ofreciéndonos un interesante abanico de personajes que, sin necesidad de autodefinirse con una palabra concreta, rechazan de lleno la heteronormatividad. Quizá algunos elementos se antojen tópicos o previsibles, pero pocas cintas retratan la siempre complicadas emociones adolescentes con tamaña sensibilidad.

Coproducida por Reino Unido e Irlanda, Vita and Virginia aborda el interesantísimo romance entre las escritoras Vita Sackville-West y Virginia Woolf, al que me dediqué en esta columna gracias a la obra A Virginia le gustaba Vita [crítica]. Por desgracia, nada funciona, desde las planas interpretaciones de Elizabeth DebickiGemma Arterton hasta la intrusiva música de Isobel Waller-Bridge, quien busca transmitir el carácter progresista de las protagonistas con una partitura moderna que sencillamente no encaja. Chanya Button (Burn Burn Burn, 2015) tenía buenas intenciones pero no ha logrado que su fascinación por Virginia traspase la pantalla del modo que debería, siendo la puesta en escena tan insípida como el guion que envuelve.

Tras meses de ardua posproducción que terminaron reduciendo el metraje a casi la mitad (perdiendo a Jessica Chastain por el camino), la primera película en inglés del jovencísimo Xavier Dolan es fácil de tachar de desordenado despropósito, pero lo cierto es que The Death and Life of John F. Donovan es una obra única en su especie que, manteniendo el indomable espíritu que caracteriza a su creador, explora temas de gran escala con máxima sensibilidad. A Dolan, por lo visto, le hacía ilusión volver gay a “Jon Snow” (o sea, Kit Harrington), pero al final es el pequeño Jacob Tremblay quien se come la pantalla, encarnando sin prejuicio alguno a un chiquillo muy especial al que sus compañeros quitan la posibilidad de plantearse su propia sexualidad al “acusarlo” directamente de homosexual. Natalie Portman, Susan Sarandon, Kathy Bates, Michael Gambon y Thandie Newton ni siquiera intentan hacerle sombra.

La keniato-sudafricana Friend (Rafiki) es un raro ejemplo de cine africano LGTB. Dirigida por Wanuri Kahiu, la cinta nos traslada a Nairobi, donde las estudiantes Kena y Ziki, que hacen lo posible por alcanzar sus sueños, ven sus harto diferentes caminos cruzarse en medio de una campaña electoral que enfrenta a sus respectivos padres. La muy conservadora sociedad keniana les forzará a elegir entre el amor y la seguridad, destapando la caja de pandora. La película ya pasó por la siempre interesante sección Un Certain Regard del Festival de Cannes y podrá verse en Madrid próximamente en el LesGaiCineMad.

Si hace tan solo unas semanas nos hubieran dicho que Peter Farrelli, creador de Dos tontos muy tontos (1994) y una larga colección de comedias tan míticas como idiotas, llevaría una producción a los Premios Oscar, habríamos puesto los ojos en blanco. De pronto, sin embargo, no parece tan descabellado: Green Book no sólo se ha hecho con el prestigioso Premio del Público del TIFF, sino que también ha dejado contenta a gran parte de la crítica. Y no es para menos: con personajes bien definidos, diálogos chispeantes y localizaciones sugerentes, esta road movie presenta la evolución de la bella relación entre un conservador padre de familia (Viggo Mortensen, hipnótico desde el exagerado acento italiano) y un solitario músico abiertamente “outsider” (Mahershala Ali, en un trabajo colmado de dignidad que toca todas las cuerdas que le granjearon el Oscar por Moonlight [crítica]). Lástima, eso sí, que todo parezca tratado «desde fuera», o sea, sin entenderse realmente lo que las identidades gay y negra conllevan.

En Jeremiah Terminator LeRoy, último trabajo de Justin Kelly, una desternillante Laura Dern da vida a una estridente escritora que crea de la nada al ficticio joven trans JT LeRoy y necesita de pronto a alguien que le dé vida, haciendo creer al mundo que existe de verdad. Kristen Stewart, cuyo nombre es toda una garantía de cine interesante, ha tornado poco a poco su antigua inexpresividad en seductora sutileza, desarrollando una estética cada vez más andrógina que la vuelve idónea para el personaje. Así, la cinta extrapola las cuestiones de la identidad de género (¿es el género una realidad o una convención?) a un rico debate sobre la pura identidad: ¿hay acaso alguna distinción entre “lo que somos” y lo que queremos ser? Al final, resulta imposible no mirarse a uno mismo confundido.

En Splinters, el canadiense Thom Fitzgerald nos lleva hasta la pequeña ciudad de Nova Scotia, al que una joven (encantadora Sofia Banzhaf) regresa a raíz de la muerte del padre, reencontrándose con su querido hermano y con una madre (Shelley Thompson) que nunca ha aceptado su homosexualidad y deberá lidiar ahora con su bisexualidad. Las localizaciones son hermosas y los personajes, tan simpáticos como honestos gracias al perfecto hacer de todo el reparto. No puede decirse que la cinta, que se mueve bien entre el drama y la comedia, ofrezca nada nuevo, pero constituye indudablemente una propuesta sincera, agradable y colmada tanto de sentimiento como de rebeldía que merece una oportunidad.

Entre las favoritas para los próximos Premios Oscar está la genial ¿Podrás perdonarme algún día? (Can You Ever Forgive Me?), segunda película de Marielle Heller (The Diary of a Teenage Girl, 2015), adaptación de las memorias de Lee Israel, escritora que, al caer en decadencia, optó por ganarse la vida vendiendo cartas de escritores y celebridades falsificadas por ella misma, aprovechando así sus dotes literarias. Una magnífica Melissa McCarthy encarna a la protagonista, acompañada en pantalla por un igualmente inmenso Richard E. Grant. No puede decirse que los homosexuales salgan muy bien parados de esta historia, pero, aun cuando sus acciones no sean siempre correctas, la humanidad nunca los abandona. El duro melancólico y la comedia encantadora se entrelazan con gran acierto en una interesante reflexión sobre el arte creativo y los grises de la moralidad.

En la británica El secreto de las abejas (Tell It To The Bees), la joven Annabel Jankel parte de la novela homónima de Fiona Shaw de 2009 para ofrecer un agradable pero convencional romance de época entre un médico (Anna Paquin, quien ganó un Oscar de niña gracias a El piano, de Jane Campion, 1993) y la madre de su joven paciente (Holliday Grainger). Bellamente filmada en localizaciones campestres pero exenta de verdadera innovación, la película se sostiene gracias al encanto de las protagonistas, así como a la química generada entre ellas. No es una obra precisamente extraordinaria, pero quizá su carácter comercial le permita llegar a un público más amplio que otros títulos aquí mencionados, lo cual siempre es positivo.

Poco a poco, muchas de estas películas pasarán por cartelera (Girl acaba de estrenarse, por ejemplo, ¡no os la perdáis!); otras, por desgracia, quedarán relegadas al circuito festivalero, bien por su humildad, bien por su excesivo riesgo. En cualquier caso, que la comunidad LGTB esté tan presente en el que probablemente sea el festival más emocionante y completo del año es verdaderamente digno de celebración.

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