"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

Víctor Mora (escritor): «La trampa es seguir pensando que debemos movilizarnos solo para apoyar las causas de aquella categoría a la que pertenecemos»

Hace 41 años que la homosexualidad fue despenalizada —o, mejor dicho, excluida de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social— en España. Un hito lo suficientemente importante como para que la fecha sea conmemorada de múltiples formas. Por esa razón, Víctor Mora acaba de publicar 40 años después (Egales), una obra colectiva que el escritor y activista coordina junto a Geoffroy Huard y en la que un grupo de activistas e investigadores analizan de forma crítica estas cuatro décadas transcurridas desde la despenalización de la homosexualidad en nuestro país.  Dosmanzanas ha charlado con el autor valenciano sobre su libro.

La despenalización de la homosexualidad no significó el fin de la represión de gais, lesbianas y trans. De hecho, la policía siguió deteniendo a ‘invertidos’ y ‘travestis’ (como les llamaban entonces) y a cualquier otro sujeto que pudiera ser sospechoso de ‘escándalo público’, ley vigente hasta 1988. ¿Cuál crees que fue el verdadero punto de inflexión en esa lucha?

La despenalización, el 26 de diciembre de 1978, fue desde luego un punto de inflexión. Sin embargo, creo que lo fundamental llega antes, en 1970, cuando por un lado entra en vigor la LPRS y, por otro, comienza el activismo organizado en la clandestinidad. Es esa toma de conciencia como colectivo lo que sentará las bases de una transformación social. Comenzarán a formarse frentes de liberación homosexual en distintas ciudades y a organizarse la protesta. Creo que esa es la clave originaria que ha permitido después la proliferación de asociaciones y asambleas que han ido haciendo frente a la situación precaria de ‘alegalidad’ en la que la exclusión de la homosexualidad como elemento punible dejó a las invertidas, travestis y trans. Ya no éramos ilegales per se, como dices, pero se seguía persiguiendo la conducta disidente de la norma, por expresión del género o del deseo, y estábamos aún lejos de ser consideradas sujetos de derecho.

El largo camino hacia el reconocimiento, que aún continúa, comenzó ahí, con la toma de conciencia de que somos colectivo. Un camino que se inicia por inspiración de lo que estaba ocurriendo en otros contextos, como el norteamericano o el francés, con los que se tejieron también alianzas; y que después ha ido mutando y ocupando ramas diversas del mapa político.

El franquismo sentó sus bases ideológicas sobre el predominio de la masculinidad hegemónica. Hasta el punto de que, tal y como señalas en uno de tus libros, una de las palabras que más repitió Franco en sus discursos durante el Régimen fue ‘viril’. ¿Por qué fue utilizado durante el franquismo el homosexual para definir por oposición al hombre (o a lo que, según algunos, debería ser un hombre)?

El franquismo se asienta sobre una misoginia estructural que impregna su relato político, social y cultural. Es el ‘machismo orgánico’ del que habla Olmeda en El látigo y la pluma. La virilidad era una cuestión de Estado que llegaba para imponer el orden frente al caos social, que asociaba al auge del feminismo, a la creciente visibilidad de los invertidos y también (entre otras cosas) a las vanguardias artísticas. El fascismo es en síntesis la muerte contra la vida, ‘lo seco contra lo húmedo’ que diría Litell (es decir, lo rígido frente a lo que fluye y lo único frente a lo diverso). Lo ‘viril’ en el franquismo es la imposición de esa pretendida rigidez que se simbolizaba como dices en la masculinidad. Una teoría que debía valerse de oposiciones absolutas. por tanto, lo opuesto al ideal viril era lo femenino o afeminado, sinónimo de debilidad y crisis. Por tanto sí, en lo social, el mal hombre era el hombre femenino, y su extremo era el homosexual.

Comienza a penalizarse como tal en 1954, con la inclusión de la homosexualidad como objeto punible en la Ley de Vagos y Maleantes, justo después de haber firmado el Concordato con el Vaticano, una amalgama ideológica totalitaria que devino en el llamado nacionalcatolicismo. La institución eclesiástica tuvo todo que ver en la construcción social del género, y también la producción científica de psiquiatras como Vallejo Nágera o López Ibor. Discursos en principio nada relacionados, como el de la medicina y la religión, se hermanaron para definir lo femenino como enemigo interno. El homosexual era un traidor social y un peligro de salud pública por su ‘contagiosidad’.

Es evidente que en estos años transcurridos desde 1978 se ha avanzado bastante en materia de derechos LGTBI. Las mujeres transexuales del Régimen franquista, por ejemplo, estaban en cárceles de hombres, porque no se hacía distinción entre orientación e identidad de género (la identidad era algo totalmente desconocido y que, por tanto, no se contemplaba). ¿Cómo definirías la evolución de la lucha social y política de las personas trans en estas últimas décadas? ¿Dirías que sigue habiendo mucho desconocimiento en lo que a la identidad de género se refiere?

Sigue habiendo desconocimiento, pero eso apunta a dos objetos. El primero es que desde luego hay quien habita el negacionismo sobre las experiencias trans y vive anclado en los tiempos en los que ‘no existían’ para el discurso hegemónico, y no eran vidas que debieran ser consideradas. El segundo es que seguimos investigando y cuestionando el género, su espectro pragmático y sus posibilidades, entonces no hay ‘una verdad’ sobre lo trans como no hay una verdad sagrada sobre ninguna cuestión, porque toda cuestión es móvil, avanza y va transitando con el tiempo. Eso es algo que aprendes con los testimonios y las entrevistas, no hay una experiencia trans o queer que sea igual a otra, atravesada por lo transgeneracional, lo transcultural o los marcos de tránsito geopolítico. Lo que es incuestionable es que se ha avanzado en materia de derechos y en el reconocimiento de las realidades trans, sin duda, como es incuestionable también que lo indiscutible es (o debiera ser) el respeto y respaldo público y privado a la autodeterminación y a la escucha de cada experiencia. En el franquismo la negación era tal que se llamaba a las mujeres trans ‘invertidos con pechos’, y se las consideraba invertidos con ‘alto grado de homosexualidad’, porque no existía la diferencia entre identidad y orientación, y se explicaba todo mediante el binarismo más implacable. Hoy sigue ocurriendo, no nos hemos desprendido de lo binario como forma de acceso al mundo, aunque se vaya abriendo la brecha poco a poco. Y creo que lo alarmante respecto a las vidas trans, como vengo diciendo en varias columnas de ‘Quién teme a lo queer’, son los ataques, ya no de la extrema derecha que reproduce los fantasmas franquistas, sino de sectores conservadores y reaccionarios de un feminismo autodenominado radical, que pretende retrotraer el discurso feminista a los esencialismos biológicos y a patrones realmente peligrosos, frente a los que tenemos que ser contundentes.

Sin duda. Tu nuevo libro demuestra que la historia de las personas LGTBI no es una historia lineal desde aquel mes de diciembre de 1978, ya que la represión continuó como constante, incluso hasta nuestros días. ¿Cuáles dirías que han sido las principales estrategias y formas con las que la represión ha continuado?

Precisamente porque la historia no es lineal creo que no hay que conceder crédito a entender nada como ‘progreso’, como si hubiera un camino trazado que estuviera claro en el que avanzamos o retrocedemos. No, la historia nunca se repite, siempre cambia de escenario y paisaje político, siempre cambia según se escribe. La represión se ha mantenido, pero no creo que como constante. Ha ido cambiando de estrategias y hemos atravesado escenarios muy distintos en estos 40 años. Vivimos la institucionalización de algunas asociaciones, nos enfrentamos a retos como la crisis del SIDA y la consecuente transformación de la colectividad, la protesta y la demanda. Hemos asistido igualmente a una proliferación de narrativas audiovisuales LGBT+ que también han hecho que cambie el panorama, así como al reconocimiento de derechos como el matrimonio igualitario o la ley de identidad trans. Todo ello nos ha dejado un panorama nuevo que precisa de nuevos análisis, no es tan sencillo como un avance y un retroceso. Las estrategias de la opresión también han tenido que desempolvarse y buscar nuevos modos de control social. Creo que hoy en día destaca la victimización de los sectores conservadores frente a lo que llaman ‘dictadura de lo políticamente correcto’, por resumir, y que directamente busca criminalizar toda forma de protesta. Que los verdugos hayan usurpado el lugar simbólico de las víctimas es la estrategia más llamativa actualmente.

Manuela Carmena, que ha escrito el prólogo del libro, asegura que el colectivo LGTBI debe permanecer en estado de alerta, «más aún en un tiempo en el que nos llegan ecos que nos transportan a tiempos pasados y amenazan con un viento de regresión, de intolerancia que amenaza todo lo conseguido». ¿Pintan bastos para las personas LGTBI en España? ¿Debería preocuparnos el increíble auge del populismo en el siglo XXI?

Debe preocuparnos el auge del fascismo en España. Pintan bastos para todas, porque la trampa es seguir pensando que debemos movilizarnos solo para apoyar las causas de aquella categoría a la que pertenecemos. Ese es uno de los problemas del colectivo, que parece que tiene una G muy grande y que además no contempla más allá de las siglas, y también que muchas veces se resiste a comprender que se trata de una lucha contra todas las formas de opresión. Eso lo transmitió muy bien Sylvia Rivera en el Orgullo de Christopher Street en 1973, cuando las gays blancas burguesas la abucheaban y le gritaban que se bajara del escenario apenas unos años después de Stonewall. Sylvia Rivera les gritaba ‘¿Qué hacéis aquí? ¿Qué hacéis que no estáis en las cárceles, apoyando a los presos, a los marginados, a los pobres?’. Ese es también nuestro problema. Hasta que no asimilemos que el ‘a por ellos’ es a por todas, no podremos avanzar en materia de derechos LGBT+, porque no se trata de proteger a una sigla frente a otra dentro de ese paraguas, se trata de tejer una red que comprenda que el feminismo es un agente de transformación social total, queer, antirracista, transfeminista y contra la supremacía. ¿Qué hacemos aquí? ¿Nos preocupa que Vox pida los nombres de educadores LGBT+ en los institutos, o que niegue nuestras familias y nuestros derechos básicos? Por supuesto que sí, pero ¿qué hacemos aquí? ¿Qué hacemos que no estamos además protestando frente a los CIES, frenando desahucios, pidiendo los derechos de las putas y exigiendo sanidad pública universal y derechos equivalentes para todas? No se trata de fiscalizarnos ni de caer en la trampa del todos contra todos. Se trata de comprender que frente al fascismo somos todas cuerpos vulnerables y que tenemos que aliarnos colectivamente de forma más amplia, diversa y solidaria. Pintan bastos para todas.

Comentarios
  1. Pepe
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