"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

¡Pobre Venezuela!

Contra naturaHace una semana publicábamos una interesante entrevista al activista homosexual Heisler Vaamonde, portavoz nacional del denominado Bloque Socialista Unido de Liberación Homosexual del PSUV, el partido del presidente venezolano Hugo Chávez. Con un lenguaje inflamado de ideología revolucionaria y de culto a la personalidad de su caudillo, el Sr. Vaamonde destacaba los grandes logros obtenidos en derechos LGTB bajo el paraguas revolucionario y democrático del comandante Chávez. Según el activista, en Venezuela ya no hay discriminación homófoba porque la situación del colectivo homosexual es “normal” desde la llegada al poder del comandante, en 1999; y también afirma el Sr. Vaamonde que en el país caribeño existe plena libertad de expresión, de modo que el colectivo homosexual puede expresarse y existir tal y como es, sin ningún tipo de discriminación por parte de unos políticos, los del PSUV, que se habrían unido en los últimos años a las reivindicaciones del colectivo homosexual.

Aunque acabamos de conocer que Venezuela pretende legalizar las uniones homosexuales, llamándolas “asociaciones de convivencia”, desgraciadamente yo no me creo la visión optimista del Sr. Vaamonde. Existe una relación directa entre Democracia y derechos conseguidos por los colectivos homosexuales, de manera que sólo donde aquélla es fuerte y tiene sólidas bases éstos pueden crecer robustos y afianzarse. En Venezuela, por desgracia, los engranajes de la democracia están fuertemente dañados por el caudillismo mesiánico y totalitario del comandante Chávez. Prueba de ello es – muy al contrario de lo que afirma el activista Vaamonde-, la total falta de libertad de expresión que hay en el país caribeño, algo fundamental para el correcto funcionamiento de cualquier democracia. Difícilmente puede haber libertad individual – esencial para que fecunden los movimientos LGTB-, en un país que ha cerrado cadenas de radio y televisiones críticas con el régimen, en un país que ha clausurado teatros públicos y acallado a artistas, directores, guionistas y productores que no se pliegan al poder de su comandante, en un país que tiene amordazada a una gran parte de su población (precisamente la más preparada), y cuyos excesos totalitarios reciben las condenas unánimes de todas las democracias avanzadas del mundo.

Pero el comandante Hugo Chávez no sólo se ha conformado con acallar las voces críticas con su gestión, además ha utilizado su formidable aparato propagandístico para catequizar a sus fieles en esa especie de religión que es el bolivarismo socialista del siglo XXI, utilizando para ello no sólo la demagogia y el populismo más pueriles, sino también la ingente cantidad de dinero proveniente de la venta del petróleo, su máxima fuente de riqueza, puesta al servicio del pueblo no para fortalecer su tejido económico y social, que sería lo que haría un buen político, sino para comprar voluntades políticas y fortalecer su poderosa orbita de influencia a golpe de talonario. Y por si fuera poco, allá donde los poderosos engranajes del régimen no funcionaron según la ortodoxia bolivariana, al comandante tampoco le ha temblado la mano a la hora de reprimir policialmente marchas, mítines y reuniones de sus adversarios políticos, especialmente los estudiantes, el auténtico contrapoder del país caribeño.

¿Realmente alguien cree que, en un contexto de conculcación de las libertades de este calado, puede florecer un movimiento LGTB y hacerlo en los términos optimistas que nos hacía creer la semana pasada el activista Vaamonde? Las libertades individuales son la mayor amenaza para la subsistencia de cualquier régimen autoritario – y Venezuela lo es-, por eso todos los sistemas despóticos, para subsistir, las reprimen y acallan, convirtiéndolas una sola voz, la de la masa, que es más moldeable y manipulable desde el poder. Yo no me creo nada de lo que nos contaba hace una semana el activista venezolano porque su voz no me pareció la voz de un individuo, me pareció la voz aborregada de una masa obediente y homogeneizada desde el poder. Y no sólo era yo quien sospechaba de la veracidad de sus palabras: hubo unos cuantos comentarios –algunos de ellos de foreros venezolanos-, que ponían en duda la visión del activista Vaamonde (convenientemente insultados por los partidarios de la versión del venezolano). Precisamente ese lenguaje hinchado, panfletario, ahíto de obediencia debida, usado por el portavoz del PSUV,- ¿quién puede llamar a las discotecas “espacios enajenadores del capitalismo” sin sonrojarse? – es lo que encendía todas las alarmas y levantaba mis sospechas. Ese lenguaje reverencial es el síntoma más claro de la peor enfermedad que puede tener una democracia: la falta de libertad individual – exacerbada por la intoxicación ideológica de la propaganda- , una falta de libertad que lleva a la uniformidad del discurso e impele a los ciudadanos a profesar, sin pestañeo, todos los sacramentos de la religión oficial – el Bolivarismo-, de manera que quien no lo haga se convierte inmediatamente en un “sospechoso”. El Sr. Vaamonde ha demostrado ser un buen feligrés, sin duda, pero me temo que sus dotes como catequista dejan mucho que desear: aquí, en España, no ha conseguido vendernos su mercancía.

rafael.rodriguez.dm@gmail.com

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