¿Por qué ese título? ¿Es geométrico realmente el trigo? 

Encontré el título en el verso de un poema de Antonio Lucas; lo que me gustaba precisamente del verso era esa suerte de antítesis entre lo vivo y la norma matemática. Esta es una obra sobre vidas entrecruzadas en el espacio y el tiempo. Así que, en cierto modo, sí, todo lo vivo tiene su geometría.

¿Qué fue primero: el libro o la obra?

En este caso llegamos a los ensayos con un primer borrador que fue modificándose durante los ensayos; ha sido una gran escuela para mí el diálogo continuo del papel y el escenario. El texto de la obra está ahora publicado en Editorial Dos Bigotes.

Dos Bigotes es una editorial LGTB, ¿te sientes cómodo con la etiqueta?

No siento esas siglas como una etiqueta, sino como un modo de nombrar una de mis muchas pertenencias.

Libro y obra son harto dramáticos. ¿Tiene el drama un componente terapéutico?

¿Lo ves tan dramático ? Siento que en todo mi teatro los personajes tienen la ocasión de una redención laica, que la obra los enfrenta a sus fantasmas, sí, pero con una férrea voluntad de reparación, de luz. Creo que fue Juan Mayorga quien dijo que el teatro es una escuela de imaginación moral, un espacio de convivencia poética y sensible, de compartir una mirada hacia nuestra fragilidad, con sus sombras y sus luces.

¿Cuánto hay de tu propia experiencia en esta historia? 

No hay escritura honesta que no despliegue sustrato de quien la escribe. En este caso además parto del recuerdo de juventud de mi madre, pero también están ahí mi propia juventud y mi niñez. Está Vilches, mi pueblo, y está el catalán, lengua en la que me sucede el amor. El personaje de Emilia se llama así por mi abuela, el personaje de Joan cumple años el mismo día que yo, etc.

¿Qué efecto tiene esa puesta en escena tan cruda, suelo repleto de arena incluido, en los intérpretes y en el público? 

Amo trabajar con los intérpretes, amo encontrar la obra con ellos. El trabajo con ellos es el centro de esta geometría, pero para permitirlo he contado con el talento de Alessio Meloni (escenógrafo), Mariano Marín (música) y Bruno Praena (audiovisuales), que están también al servicio de los actores. Los seis intérpretes (y nombro aquí también a Alicia Rodríguez, Susana Hernández y Elías González, que alternan funciones con el reparto habitual) llevan tres años en el deseo de contar esta historia y me ayudaron a encontrar el tono preciso de la función, a quitar los excesos literarios del texto dramático. La geometría en el escenario no se daría si no la hubiera afuera.

¿Por qué ir al teatro en tiempos como estos?

Porque son espacios seguros, porque hemos de salvar lo que nos hace humanos, porque necesitamos mirar nuestra fragilidad y también nuestra fuerza, y porque formamos parte de una cadena de siglos que no puede interrumpirse y que ha de continuar después de nosotros.

¿Te sientes más cómodo escribiendo en soledad o formando parte de una obra colectiva? 

La escritura para el teatro tiene siempre el deseo de otros, es como trazar los planos de una casa que no estará viva del todo hasta que entren los intérpretes, la escenografía, las luces… y finalmente el público. La escritura para el teatro puede suceder en soledad pero siempre buscará otros cuerpos, un presente compartido.  A veces siento que somos una comunidad de solitarios, una tripulación de raros que se hacen compañía, ¡pero qué suerte eso!