"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

Sufrimiento para todos

Contra naturaHace unos días leíamos en DM una carta extraordinaria titulada Un hombre como Dios manda, firmada por Fernando, un lector y comentarista habitual de nuestra web. Emocionante hasta quitar el aliento, escrita con el corazón, la carta narra la tormentosa relación entre un hijo homosexual y su padre, un psiquiatra fuertemente atornillado al ideario integrista del Opus Dei. Lo primero que me gustaría hacer es dar las gracias a Fernando por contarnos su historia, y luego pasaría a recomendar el texto a todos los que aún no lo hayan leído.

La carta es tan rica e interesante que permite muchas y variadas reflexiones; a mi lo que más me ha llamado la atención de la historia de Fernando es su capacidad y su coraje para liberarse, siendo muy joven, de las cadenas que le ataban a su núcleo familiar, gobernado con mano dura por un padre que quintaesencia el rigor extremo e irracional del Opus Dei. (Alguien dijo que hay una novela o un guión cinematográfico en la mezcla de coraje y madurez que demostró nuestro protagonista: comparto esa idea). Yo he procurado hacerme una pregunta muy sencilla al hilo de la historia que nos cuenta Fernando: ¿Qué gana un padre con educar a sus hijos en la homofobia extrema? ¿Qué puede haber de positivo en inculcarle a tu propio hijo el odio visceral hacia una forma de sexualidad que se da en un, aproximadamente, diez por ciento de la población? ¿Por qué hacerlo? Las respuestas que se me vienen a la cabeza son escuálidas, supongo que tendrán que ver con los mandamientos obligatorios de una religión, con la procreación como objetivo vital irrenunciable, con la rectitud de una moral o de una tradición… no sé, se me escapan, pero me atrevo a decir que en una decisión de este calado falta algo esencial en las relaciones entre un padre y un hijo: el sentido común. Los padres que siguen a rajatabla el rigorismo homófobo del Opus Dei – por seguir con el ejemplo que nos ocupa – deberían ser conscientes del daño potencial que pueden estar infligiendo a sus propios hijos. Deberían plantearse, aunque solo sea por un breve instante, un no improbable escenario de futuro: que alguno de ellos sea homosexual. Estos padres no sólo estarán inoculando a su propio hijo un poco saludable odio hacia sí mismo, además le estarán obligando en un futuro a tomar una dolorosa decisión: o su sexualidad o su familia. Si el hijo homosexual, llegado a adulto, tiene la valentía de no renunciar a su sexualidad, si se enfrenta a su familia y tiene el coraje de vivir su propia vida, el conflicto está servido, van a sufrir todos: padre, madre, hermanos, tíos… y, por supuesto, el propio hijo, el que más… (aunque luego respirará aliviado…). Y si el hijo decide vivir dentro del armario y casarse como Dios manda, si decide vivir como le han enseñado, sólo sufrirá él, eso sí, sufrirá por todos, toda su vida, sin cesar, y solo tendrá una opción para ser moderadamente feliz: acomodarse a las convenciones de la hipocresía. Eso sí, su padre, el satisfecho papá homófobo, feliz con el mundo y con las enseñanzas recibidas de la Obra, se sentirá orgulloso de su hijo, bien casado y seguramente con una buena profesión convenientemente elegida por él mismo (este tipo de papás también impone profesión, estatus social de la pareja, amistades, ritos religiosos… etc)…, pero se habrá obviado lo más importante: la felicidad de su propio hijo. ¿Cómo se puede ser tan egoísta? Aunque es seguro que estos papás piensan que incluso si su hijo fuese homosexual – ya sé que no se lo plantean, es mera conjetura-, lo mejor para su propia felicidad sería que se casara con una persona del otro sexo y viviese como Dios manda y tuviesen muchos hijos… ¿Cómo se puede ser tan ignorante?

Llegado este momento no puedo evitar hacerme de nuevo la misma pregunta, aún a riesgo de resultar redundante: ¿Quién sale ganando al educar a su propio hijo en la homofobia? Nadie. Absolutamente nadie… Educar a tus propios hijos en la homofobia es egoísta, profundamente irresponsable, pero también es otra cosa: un completo absurdo. Se me viene a la cabeza, casi sin querer, el fascinante caso de Javier De Santos, el ex concejal mallorquín, legionario de Cristo, padre de cinco hijos y notable homófobo, que gastó 50.000 euros de su ayuntamiento en prostitución masculina. El caso de De Santos demuestra que ni siquiera los que se acomodan a las convenciones de la hipocresía están exentos de sufrir (y sus hijos, amigos, familiares…). El caso del ex concejal es un claro ejemplo – extremo si se quiere-, del daño que puede hacer la homofobia interiorizada al propio homófobo, y es a la vez un ejemplo más del error que es educar en el rechazo a la homosexualidad: al final tanto odio, metafóricamente, se puede volver en tu contra. Y eso es lo que le puede pasar a un padre que educa en el odio a la homosexualidad: que al final sus propios hijos le rechacen.

Fernando, gracias por contárnoslo, y ojalá muchos otros tengan el coraje de contarnos su historia, porque conocer historias reales y dolorosas como la tuya es la mejor forma de socavar unas ideas irracionales, profundamente absurdas, unas ideas que solo pueden traer dolor, dolor gratuito, dolor para todos…

rafael.rodriguez.dm@gmail.com

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Comentarios
  1. Crasamet
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  6. fanta letal que no mirinda asesina
  7. lol
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