Festival de Eurovisión 2016: triunfa la reivindicación de Jamala y fracasa el ritmo de Barei
Nuestro gozo en un pozo: Europa ha respondido con un “No” rotundo a nuestro “Say Yay”. Parecía que, por una vez, teníamos asegurado, al menos, entrar en el top 10, pero al final nos hemos tenido que conformar con la posición #22 (de 26 países), quedando Barei en peor lugar incluso que Edurne (relegada el año pasado al puesto #21 sobre 27 países). Edurne se vio lastrada por una canción poco memorable y una puesta en escena a lo quiero y no puedo, mientras que Barei ha sufrido (tal y como auguré en mi última columna, la cual esta semana he adelantado por motivos obvios) las consecuencias de una realización muy pobre (que rozó lo cutre en el “momento espejo”) y un acompañamiento coral completamente fuera de lugar. Dedicar tanto tiempo, dinero y esfuerzo a una candidatura para terminar cargándosela de forma tan tonta tiene delito, pero aun así la posición alcanzada parece exagerada considerando el bajísimo nivel medio que esta edición nos ha ofrecido más allá del espectacular desfile de banderas y la divertida parodia “Love Love Peace Peace” que los presentadores de la gala, Mans Zelmerlow (flamante ganador del año pasado) y Petra Mede, nos regalaron y TVE tuvo la brillante idea de silenciar con publicidad.
Indudablemente la principal novedad de esta edición ha sido el reparto de votos, dividido en dos partes en función de la elección del jurado y la del público. De esta manera, el clásico reparto de 12 points y compañía tan sólo se ha realizado con la votación del jurado, repartiéndose de golpe al final el cómputo global de los votos del público de los 42 países participantes. Este sistema cumplió perfectamente con su propósito, que no era otro que mantener la emoción hasta el último instante. Así, cuando parecía que Australia tenía la victoria asegurada con el bello tema de la coreana Dami Im (imaginad la de memes que provocaría el titular: “una surcoreana da a Australia la victoria de Eurovisión”), Ucrania se impuso como vencedora gracias a la gran originalidad de su propuesta (bueno, y a la suma de su reivindicación y el postureo europeo, claro) con el “1944” de Jamala, tema centrado en la deportación de los tártaros de Crimea ordenada por Stalin durante la Segunda Guerra Mundial que muchos vieron como una crítica a la situación que vive dicho pueblo actualmente a raíz del control ejercido por Rusia. Aunque Eurovisión no permite manifestaciones políticas, la noche pareció reflejar la rencilla actual entre Ucrania y Rusia, cuya “You are the only one” (interpretada con fuerza e hipnóticos efectos especiales por Sergey Lazarev) quedó en tercer lugar pese a recibir mayor número de votos por parte del público. Se da así la paradoja de que la ganadora no lo fuera ni para el jurado ni para el público, pero sí para la combinación de ambos.
Puesto que contemplar 26 actuaciones seguidas no es la mejor forma de valorarlas, mis apreciaciones son, no sólo mías y sólo mías, sino mías, sólo mías y sólo mías en este momento. Pero es menester que las dé… Y debo admitir que mi favorita no era ninguna de las representantes mencionadas (aunque las tres eran más que correctas), sino el “Slow down” (#11) del holandés Douwe Bob, que puso un encantador toque country a una noche dominada por canciones de estilo eurovisivo que difícilmente decidiría volver a escuchar. También me gustaron el peculiarmente encantador “If I were sorry” (#5) del sueco Frans; el vibrantemente elegante “J’ai cherché” (#6) del francés Amir Haddad; el potente “If love was a crime” (#4) de la búlgara Poli Genova, vestida a lo Barbarella; y el encantadoramente cursi “Loin d’ici” (#13) de la austriaca (y princesil) Zoë. Tampoco estaban mal el emotivo “No degree of separation” (#16) de la italiana Francesca Michielin, el simpático “You’re not alone” (#24) de los británicos Joe and Jake, el conmovedor “I’ve been waiting for this night” (#9) del lituano Donny Montell y el poderoso —pero poco novedoso— “Made of stars” (#14) del israelí Hovi Star. Y, sólo por ser veganos tanto la representante como su vestuario, quiero dar mi apoyo a Jamie-Lee Kriewitz, cuyo “Ghost” (#26) dio a Alemania su segundo último lugar consecutivo… Vale, la canción no era memorable, pero tampoco lo eran las de Azerbaiyán (#17, típico estilo eurovisivo que se olvida en cuanto termina), Bélgica (#10, buen rollo, pero nada novedoso), Georgia (#20, ruido, básicamente), República Checa (#25, vaya debut), Polonia (#8, ¡que alguien me explique la remontada de este pirata!), Serbia (#18, estilo Xena, sí, la princesa guerrera), Letonia (#15, pura indiferencia) o Armenia (#7, estilo Beyoncé desinflado), las cuales ya he borrado de mi mente (si están entre vuestras favoritas, lo lamento, ciertamente tendría que escucharlas un par de veces más para dar una valoración justa, pero el tiempo es oro y conmigo han perdido su oportunidad). Sobre Malta (#12), Hungría (#19), Chipre (#21) y Croacia (#23) tengo mis dudas, tirando por tierra el regular directo de esta última una canción verdaderamente maravillosa; os insto por tanto a escuchar la versión estudio del “Lighthouse” de Nina Kraljic.
Y es que el éxito de las canciones de Eurovisión es cuestión del momento: entre el griterío, la emoción y la acumulación, hay que buscar una forma de conquistar al público, bien a través de un vestido potente (como Croacia), bien con un montaje vibrante (Armenia), bien con efectos visuales majestuosos (Suecia), bien con un vozarrón (Australia), bien entregándose a una causa política con la que es difícil no identificarse, como es el caso de una Ucrania que difícilmente habría obtenido la segunda victoria eurovisiva de su historia (la primera, en 2004 con el genial “Wild dances” de Ruslana) de no ser por la temática de la propuesta. Pero es que recordemos que, aun llamándose “festival de la canción”, Eurovisión conlleva muchos elementos, desde la estricta calidad musical hasta la puesta en escena, pasando por el contenido, el contexto y el carisma del intérprete. Vamos, que todo cuenta. Eso, no sólo no es nada nuevo, sino que es parte de la gracia del evento. Dejemos de llorar por el resultado más o menos merecido de Barei y planteémonos a qué se debe. Y, claro, si nos importa o no. De lo contrario, tendremos a Anne Igartiburu y compañía regalando halagos baratos para rato.
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Acerca del Author
JuanRoures
Escritor y activista, hablo de cine en 'La estación del fotograma perdido', de dudas lingüísticas en '¿Cómo se dice?' y de cultura LGTB en 'dosmanzanas' (sección: 'Apolo vive enfrente'). He publicado la novela 'Bajo el arcoíris' y dirigido el cortometraje 'Once bitten, twice daring', ambos de temática gay. También soy corrector ortotipográfico y de estilo. Trabajo en la UAM.
¿Qué te pareció el nuevo desfile de banderas? ¿Y la actuación de Timberlake?
Bélgica era de mis favoritas junto con Chipre. Me gustaron desde el principio más allá de los estereotipos con que te refieres a ellas. Eran buenas propuestas bastante diferentes a la mayoría de la competencia. Me conformo con Bélgica en el top 10, si bien no me convenció el escenario.
Puesto que he repetido por activa y por pasiva que sólo se trata de mi opinión, no voy a disculparme 😉 De todos modos, me alegra que le gustasen a alguien.
Eurovisión apoyando a nazis, genial. Los tártaros que Stalin sacó de Crimea, eran complices de Hitler, y fueron sacados para que la población ucraniana no les masacraran por traicionar a la URSS y apoyar a los nazis. Pero claro, está claro que en este mundo solo sabemos una cosa Comunismo=malo, y ese es todo razonamiento lógico que hay hoy en día.
El colacao con dos cucharitas menos mamá que acaba de ganar una canción anticomunista :'(((((((((((
El razonamiento lógico dice que fue un castigo colectivo, y todo castigo colectivo es ilegítimo.
Eso, claro está, por no entrar en la evidente tergiversación histórica.
Impresionante, por lo demás, el poder de la propaganda de Putin: fascina a la extrema izquierda y a la extrema derecha al mismo tiempo.