Feminismo satánico: críticas de «Las escalofriantes aventuras de Sabrina» y «Nación salvaje»
Pese a que el feminismo cada vez está más afianzado como una necesidad que no admite réplica, muchos son todavía los que sencillamente no lo entienden, lo que lleva al arte a, casi como venganza, retratarlo desde el salvajismo. Ejemplo de ello son la película Nación salvaje, en cartelera, y la serie Las escalofriantes aventuras de Sabrina, que acaba de estrenar su segunda temporada en Netflix.
Las escalofriantes aventuras de Sabrina (Chilling Adventures of Sabrina, 2018-actualidad) es el sorprendente remake de la icónica pero tontorrona Sabrina, cosas de brujas (1996-2003), sobre una bruja adolescente criada por sus dos disparatadas tías. Kiernan Shipka, a quien conocimos en la brillante (y también feminista) Mad Men (2007-2015), encarna a la perfección a la protagonista, bien respaldada por Miranda Otto, hipnóticamente altiva en su mejor papel desde El señor de los anillos (2001-2003), y Lucy Davis, quien, como estrella de The Office (2001-2003, sí, también), pone el contrapunto cómico. Más intrigante, profunda y gótica que su predecesora, esta serie es además todo un triunfo de representación de género y raza, a destacar la presencia de un personaje no binario (Susie, a quien da vida el intérprete no binario Lachlan Watson) y otro, pansexual (Ambrose, encarnado por Chance Perdomo), algo aún muy poco frecuente en el panorama audiovisual comercial. Sólo por ello la serie, que también es feminista hasta la médula, ya merecería un hueco en nuestros corazones, pero es que además las tramas son muy inquietantes gracias a la atmósfera de perenne misterio generada por el fantasmagórico mundo desplegado, el cual, además, no se corta a la hora de ridiculizar la tradición cristiana, llevando incluso a altos cargos eclesiásticos a pedir su cese.
Por su parte, la película Nación salvaje (Assassination Nation, 2018), con la que Sam Levinson retoma la dirección cinematográfica años después de debutar a lo grande con Another Happy Day (2011, mejor guion en Sundance), muestra a cuatro chicas adolescentes —Odessa Young, Suki Waterhouse, Abra y Hari Nef, siendo esta última una modelo trans a la que ya vimos en algunos capítulos de la serie Transparent (2014-actualidad), así como mi principal motivo para reivindicar esta producción— que son perseguidas como brujas (no por casualidad, la trama acontece en Salem) a propósito de un hurto cibernético del que son culpadas sin prueba alguna. Entre el thriller de terror y la comedia negra, esta cinta es una absoluta locura que difícilmente dejará al espectador apartar la vista de la pantalla un sólo segundo. Su crítica tanto a la esclavitud a la que nos someten las nuevas tecnologías como al machismo que todavía impregna la sociedad es lúcida y valiente, de forma que el espectacular despliegue de violencia está harto justificado, siendo además innegablemente estético. Su estreno internacional tuvo lugar en el Festival de Toronto, pero fue sin duda Sitges donde mejor acogida obtuvo.
Las escalofriantes aventuras de Sabrina y Nación salvaje se remontan a la época de la caza de brujas para recordarnos que el feminismo es ahora más necesario que nunca, y lo hacen desde un universo multirracial y queer acorde a los tiempos que corren.