"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

Dimas Prychyslyy (escritor): «Tanto la libertad como el dinero son dos especies en extinción»

Foto: Bagdan P.

Dimas Prychyslyy (Ucrania, 1992) escribe tanto poesía como prosa y, además, ambas cosas las hace bastante bien. Graduado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca y Máster en Escritura Creativa por la Universidad Complutense de Madrid, el escritor ha publicado el poemario Mudocinética y ha colaborado tanto en la antología Despropósitos (2014) como en distintas revistas del ámbito cultural y académico. En los últimos años, ha sido galardonado con el Premio València Nova en su categoría de poesía en castellano por Molly House (Hiperión, 2017), y durante el curso 2016-2017 formó parte de la XV promoción en la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores. Dosmanzanas ha charlado un rato con él a propósito de su último trabajo, un hermoso libro de relatos titulado Con la frente marchita (Dos Bigotes).

Lo primero que me gustaría saber es qué te llevó a empezar a escribir sobre temas como el de la identidad y la marginalidad…

El hecho de tener que reconstruir la primera y pertenecer a la segunda me obligó a iniciar una búsqueda desde muy temprana edad. Esas búsquedas podrían haber tenido un cariz de trabajo de campo, pero opté por la comodidad y la seguridad de los libros. El que lee con cierta ambición irremediablemente cae en la escritura, acaso más por entenderse a uno mismo al principio que para que lo lean y lo entiendan los demás. Luego el entorno influye: el familiar que no te acepta, o el amigo que no te hace caso, o la persona indigente que te saluda todas las mañanas apostada a la puerta de tu domicilio. Entonces uno crea y convierte al amigo en amante, al familiar imbécil en cómplice o intenta recrear la vida del indigente para entender qué lo ha llevado a esa situación. Eso en los días en los que me siento generoso, en otras ocasiones te permites putear descaradamente a tus personajes sin un ápice de culpa. Ahora bien, me gustaría pensar que tratar estos temas nos salva de sus aspectos más terribles, aunque solo sea en la ficción.

En tu último libro has querido rendir homenaje a mujeres tan populares como Carmen de Mairena, o tan poco conocidas para el gran público como las dos Marías. ¿Por qué has escogido concretamente la historia de estas siete mujeres incomprendidas y rechazadas que integran Con la frente marchita? 

Comencé este proyecto en la Fundación Antonio Gala en enero del 2017, y ya tenía una idea bastante concreta del libro. Como cuento en la ‘Nota de autor’, Lolita Pluma fue el detonante, también quería homenajear a las mujeres de las coplas y eso dio forma a la Junquera. Las demás fueron saliendo como por voluntad propia. Descubrí a Mónica del Raval y quedé fascinado con su historia, Alba Carballal me habló de las Marías de Santiago y María Zaragoza —a la que también le debo el descubrimiento de Dicen en la voz de Martirio— me habló de la Moños. Con la última que di fue con Rosario Miranda gracias al documental de David Baute. Con Carmen de Mairena quise arrojar un poco de luz y desdibujar la caricatura, recorrer el laberinto de Carlota Juncosa fue de gran ayuda para descubrir a la persona y alejarse del personaje. Ponerlas juntas en una obra me permitía tratar una serie de temas constantes en épocas, voces y lugares distintos, me permitía hacer un mapa con la marginalidad y la locura como temas centrales. Paradójicamente guardan muchas similitudes biográficas, actúan en el libro como un coro.

Entonces, ¿cuánto de ficción y realidad hay en cada uno de esos relatos tuyos, y cómo fue el proceso de documentación y escritura del libro?

Digamos que hay tanto de ficción como de realidad, ahora bien, si me preguntas qué es ficción y qué es realidad no sabría contestarte, la intención era difuminar lo testimonial hasta incorporarlo de una forma imperceptible en lo ficcional. A las fuentes mencionadas antes debo añadir la obra de Aurea Sánchez sobre las Marías, sin la que no existiría el relato, al igual que la novela sobre Lolita Pluma de Orlando Hernández. No fue fácil recopilar cierta información, las fechas de nacimiento, la relación con sus familias, incluso sus propios nombres. Por eso hablo de ‘relatos en clave’, tienen una base real e histórica, popular si se quiere, pero tienen una importante dosis de imaginación, sin ella sería imposible conseguir que estas mujeres hicieran lo que yo perseguía al escribir el libro.

«El problema, al parecer, sigue siendo el miedo a la diferencia. Lo común es lo mejor, lo propio de unos pocos ha de ser eliminado». ¿De qué otras mujeres que fueron víctimas de la aporofobia, la hobofobia, el machismo o la transfobia te habría gustado escribir también?

Esto es un tema interesante y la lista podría ser realmente infinita. Más allá de las personas que todos conocemos en nuestras ciudades y nuestros barrios, digamos que hay figuras históricas a las que valdría la pena volver, son una gran fuente de inspiración, por lo insólito, lo grotesco o lo inverosímil de sus vidas, y lo que las une a todas es la rebeldía a lo establecido y la lucha por el cambio.

Me gustaría puntualizar que nada hay de novedoso en lo que hago, el tema es tan viejo como la historia de la esclava egipcia Agar, concubina de Abraham; o la asceta María la Egipciaca, cuya vida va de las calles en las que se entregaba gratis a la cueva del desierto en la que Zósimo de Palestina cubre su desnudez. Esa errabundia —con el permiso de Caballero Bonald y de Marías—, forzada en el caso de Agar o voluntaria como en el caso de la santa, hace que surja un determinado perfil de personaje femenino que me apasiona. Yo lo comparo con la figura del loco del tarot, una figura calzada y apoyada en la rebeldía telúrica del rojo, acompañada por un perro azul que la empuja en un camino sin número ni horizonte. De hecho, el propio libro se me asemeja a una carta, gracias a la onírica ilustración de Jiménez-Donaire y el certero estampado de la contra de Raúl Lázaro.

En cuanto a la hobofobia y la aporofobia menciono a la Mayuya y a la Corcovada, ambas de gran Canaria; la Moños, Madame Bijoux, la Lesya de mi infancia o María la Gitana que con una mano se agarraba a la litrona y con la otra a una muñeca que creía hija en las escaleras de Anaya, donde la veía a diario cuando cursé la carrera. Estos personajes suelen estar vinculados con algún trastorno mental derivado de sus circunstancias. Respecto a esto me vienen a la mente Blanche Monnier, la reclusa de Potiers de André Gide, o Aurora Rodríguez Carballeira, tan bien retratada en la última novela de Almudena Grandes. Como ves, yo solo me sumo —con timidez— a una tradición literaria.

El tema de la transfobia es más complicado de rastrear a medida que nos alejamos en el tiempo, sé de una mujer torera (es complicado acertar en el trato sin caer en el anacronismo) a la que conocían como La Reverte y alternó su identidad, según le conviniera para satisfacer a la afición, siendo conocida como María Salomé o Agustín Rodríguez Tripiana. Un íntimo amigo mío está trabajando en una novela sobre su figura. También me gustaría escribir sobre una emblemática activista trans del Madrid actual, Alejandrita, habitual de Sol y del Barrio de las Letras, que va al mismo supermercado que yo y con la que nunca me he atrevido a entablar conversación.

Hay otras mujeres cuyas vidas deberían ser rescatadas: Teresa de Zúñiga, la Corneja, de Salamanca, una mujer de armas tomar que trajo de cabeza al Ayuntamiento defendiendo unas propiedades; Anita Delgado que fue una bailarina que se convirtió en Princesa de Kapurthala; Fermina Oliva y Ocaña, una conquense que sobrevivió junto a su ama al naufragio del Titanic; Josefa Duán y Ortega una bailarina que fue la abuela de Vita Sackville-West; o Cándida Huelva, la Negra, que nació en Luanda siendo esclava y murió a los 110 años como una mujer libre en el Puerto de Santa María… Como te decía, la lista es infinita.

Comentas en el libro que estás trabajando en un relato más amplio sobre La Moños, una singular señora a la que hace años podía encontrar uno bailando y cantando por las Ramblas barcelonesas. ¿Qué es lo que más te llamó la atención de su historia y en qué consiste ese trabajo?

Iba a formar parte de Con la frente marchita, sin embargo, al comenzar el relato me di cuenta que se me iba de las manos. Hombre, teniendo en cuenta que la Moños nació en 1851 y murió en 1940, ya hace unos años que no se la ve por las Ramblas, y en las últimas décadas no creo que tuviese el cuerpo para mucho baile. Fue testigo de algunos de los acontecimientos peores de la historia de este país, aunque también del nacimiento y la defunción del género frívolo y sus manifestaciones sicalípticas, en ese sentido estuvo relacionada con un importante elenco de cupletistas y compositores. Abordar su historia sin caer en lo que ya se sabe es complicado, sobre todo después de la película de Mireia Ros. Baste decir que su multitudinario funeral fue costeado por alguien desconocido, entiendo yo que por ese niño que tuvo con el primogénito de una familia aristócrata y del que a la fuerza la separaron. La Moños era una figura contradictoria pero entrañable para todos, se cuenta que pararon el fuego en unas barricadas para que ella pudiera cruzar la calle durante la Guerra Civil, creo que ese detalle es muy significativo, un símbolo poderoso, un símbolo reconciliador de las dos Españas. Merece un estudio más a fondo.

Cambiando un poco de tercio, ¿sigues pensando que eso de que te llamen ‘poeta’ resulta cursi?

Siempre he fantaseado con ser una de las hermanas Sicour, pero hay cierta connotación en la palabra ‘poeta’ que me desagrada, algo relacionado más con la afición que con el oficio. Es uno de los géneros que cultivo, no lo niego, y a veces me pongo ‘poeta’ de más y a propósito, por una cuestión performática y esnobista, pero prefiero que se refieran a mí como escritor, simplemente porque no sé hacer nada más. ¡Ojalá una fuera ingeniera de caminos!

«La libertad está en el dinero», dijiste una vez. A día de hoy, ¿te sientes un hombre libre?

Esto ya es a mala leche, ¿no? Querido, estoy más cerca de compartir meublé con la del Raval —a la que creo que le ha ido mucho mejor en los últimos años que a mí— que de alcanzar la libertad. Creo que tanto la libertad como el dinero son dos especies en extinción, quedan los libros.

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