"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

El escritor Alejandro Palomas, víctima de la pederastia en la Iglesia, relata su infierno en una desgarradora autobiografía

El pasado mes de enero, el escritor barcelonés Alejandro Palomas, integrante de la plataforma Tolerancia 0, fundada por víctimas de abusos sexuales en la Iglesia católica, relató públicamente que, cuando tan solo era un niño, sufrió abusos sexuales a manos de un hermano de la Salle de Premià de Mar. Recientemente, el ganador del premio Nadal publicó Esto no se dice (Destino), una autobiografía que recoge su infancia de abusos y violencia y, al mismo tiempo, revela el poder de la imaginación y de la escritura como la última tabla de salvación.

La infancia de Alejandro Palomas, conocido por su trilogía de novelas Una madre, Un perro y Un amor, estuvo marcada por la ausencia de amor paterno, los abusos sexuales, el acoso escolar y una hipersensibilidad que varias veces le llevó al borde del suicidio. El pasado mes de enero, el escritor detalló públicamente los abusos que sufrió a manos de un religioso de La Salle que fue su tutor y profesor de lengua en los años setenta.

En su autobiografía Esto no se dice, el escritor asegura que siempre mantuvo una complicada relación con su padre, que detestaba su amaneramiento y, en varias ocasiones, se quedó desnudo y empezó a masturbarse frente a él. «Me trataba muy mal», ha contado al respecto. «Era un modelo de hijo que él no había deseado y me lo hacía saber. Era un hombre muy castigador, creo que porque su padre lo había sido con él. No sabía expresar el amor con nadie y en mí veía las cosas que no le gustaban de él, sus inseguridades, y descargaba en mí su furia».

Las cosas no fueron más fáciles en el Colegio de La Salle de Premià al que llegó con seis años, después de que su familia se mudara de Barcelona a Vilassar de Mar. Desde el minuto uno, Palomas tuvo que hacer frente al acoso escolar y la crueldad de muchos de sus compañeros. «Aquello era un infierno», contó. «Éramos 40 o 45 niños, solo niños, en clase, y estábamos todo el día con aquellos curas. Yo era un niño con altas capacidades y con lo que ahora se llama alta sensibilidad. Allí, me convertí en un chico muy solitario, muy triste, que se relacionaba mal con los demás».

Palomas, que entonces tenía ocho años y cursaba 4º de EGB, encontró cierto consuelo en el religioso y profesor Jesús Linares (fallecido en octubre, a los 90 años, en la residencia de Cambrils donde vivía). El susodicho se convirtió en esa época en la persona que solía llevarlo a casa cada vez que somatizaba el constante terror y sufrimiento psicológico en amigdalitis y fiebre. Así empezaron los abusos. «Él con la mano izquierda conducía y con la derecha me manoseaba a mí, que estaba estirado en el asiento trasero, por dentro del calzoncillo», relató Palomas. «Luego, se masturbaba, metiéndose la mano por el bolsillo del pantalón. La segunda era conmigo sentado en el asiento del copiloto. Hacía lo mismo, siempre empezando con cosquillas».

Cuando acabó aquel curso, Palomas fue a las colonias de verano. Jugando al tenis, recibió una pedrada que le rompió el cristal de las gafas en la cara. Lo llevaron a la enfermería, al frente de la cual estaba su abusador. Linares decidió que el niño debía quedarse ingresado, en observación. Durante aquella noche, apareció por su habitación en tres ocasiones. La primera, le ató las manos para evitar que él mismo se tocara el ojo y se hiciera daño, y luego se marchó, cerrando la puerta con llave. La segunda vez, le examinó, empezó a sobarle, e incluso intentó meterle un dedo en el ano. La última, intentó directamente penetrarle. Poco después de aquello, Palomas le contó todo lo que estaba viviendo a sus padres, que acudieron al colegio a denunciarlo. La orden de La Salle se limitó a pedir «discreción», y a decirles que no volvería a ocurrir.

A partir de ese momento, Linares no volvió a tocar al escritor. Sin embargo, todas aquellas agresiones dejaron consecuencias psicológicas en Palomas, cuya vida adulta ha estado presidida por un gran sentimiento de soledad y por la imposibilidad de vivir su sexualidad con naturalidad. «Tienes la sensación que todo lo humano, todo lo que tocas, lo estropeas, con lo que prefieres encapsularte», dijo en una entrevista. «El abusado aprende muy rápido que no solo es un niño abusado, sino que no puede hablar y tendrá que lidiar con eso solo. Y en mi caso, he vivido con un fino cristal a mi alrededor en todas mis relaciones. No me sé vincular. No tengo esa capacidad. La única forma que me lo permite es la literatura, a través de contar mis experiencias al mundo. Pero en el plano real no puedo, no me fío de nadie, directamente no sé hacerlo».

La denuncia pública de Palomas se sumó a las 251 recogidas en el informe elaborado por el diario El País y enviado al Vaticano y a la Conferencia Episcopal Española en diciembre de 2021. Como consecuencia, se propuso una comisión parlamentaria de investigación sobre los abusos a menores por miembros de la Iglesia católica. El presidente de la Confederación Episcopal dijo que la Iglesia investigaría todos los casos, pero que no aceptaría una comisión independiente. «La Iglesia es muy poderosa en este país, es muy difícil mover cosas que tengan que ver con la Iglesia», lamentaba Palomas. «Su poder fáctico sigue siendo inmenso. Y lo entiendo. Venimos de ahí, nuestra sociedad y nuestra cultura vienen de ahí. Así que no quiero un 100% de resultados, pero un 10% sí […] En cualquier caso, lo que más me preocupa no es tanto ya qué hay que hacer con la institución, sino la falta de prevención. A día de hoy no existe, no hay nada, y los niños están desprotegidos. ¿Quién protege a los niños en este momento? […]. Si yo tuviera hijos estaría flipando».

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