"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

Ver a tiempo el fuego. Por qué debemos oponernos al “proyecto pilla-pilla”

No veíamos las señales de fuego en la pared; sentados a la mesa como antaño el rey Baltasar, saboreábamos, despreocupados y sin temer al futuro, los exquisitos manjares del arte. Y tan solo varias décadas más tarde, cuando las paredes y el techo se desplomaron sobre nuestras cabezas, reconocimos que los cimientos habían quedado socavados ya hacía tiempo y que, con el nuevo siglo, simultáneamente había empezado en Europa el ocaso de la libertad individual.

(Stefan Zweig, El mundo de ayer. Memorias de un europeo)

Estos días hemos sabido del surgimiento de una auténtica «franquicia hispánica» de los neonazis homófobos rusos. Hablamos del autodenominado «movimiento pilla-pilla», un nombre tan ridículo que sería de risa si detrás no hubiera un rostro siniestro.

Ya se ha mostrado en esta misma página el auténtico carácter homófobo de este grupo. Como sabe cualquiera con un mínimo de información, estos colectivos buscan siempre un disfraz respetable. Los racistas y xenófobos ponen la lucha contra la delincuencia, hablándonos de tal o cual inmigrante o gitano que comete un delito. Y éstos hablan de la pederastia. Es bien conocido que luego estos grupos van ampliando el círculo de sus objetivos. Nadie debe llevarse a engaño. No sería la primera vez y deberíamos estar curados de ingenuidad.

Yo me quiero ocupar de otras razones más de fondo por las que debemos rechazar este grupo y similares. Y por qué debemos hacerlo sin paliativos, pseudo-justificaciones ni medio-simpatías. Nos jugamos mucho más de lo que algunos quizá se vean tentados a pensar. Me permitiré ponerlo por apartados y señalar con negritas algunas cosas importantes. Es menos literario pero es útil para dejar más claro el mensaje.

1) En primer lugar, estos chicos (y los menos jóvenes que están detrás) se toman la justicia por su mano. Creen estar por encima de la policía y de los jueces y piensan saber mejor que ellos qué está bien y qué está mal, qué es delito y qué no. Con ello destruyen el principio mismo del imperio de la ley. Ya Max Weber dijo que el Estado es “el monopolio de la violencia legítima”. Esto, que parece una frase rimbombante, señala un pilar fundamental de nuestra convivencia, pues marca el límite nada menos que entre la civilización y la barbarie. Vivimos en un mundo donde tenemos unas leyes que regulan nuestras conductas. Esto nos garantiza una mínima seguridad y un saber a qué atenernos. La alternativa es la ley de la selva, la “guerra de todos contra todos”. Supondría vivir en un mundo donde a cada paso cualquiera que se viera agraviado podría atacarnos. Sería un mundo bien triste y oscuro, donde no podríamos vivir con una mínima seguridad.

Por supuesto que las leyes muchas veces se cumplen mal o no se cumplen. Por supuesto que las leyes se pueden revisar. Pero el camino, precisamente, es buscar el cambio legal si así lo creemos justo. En este tema, existe un debate nunca resuelto sobre la edad de consentimiento para tener relaciones sexuales. Y no está resuelto porque sencillamente es irresoluble aunque no podemos dejar de decidir y poner una edad concreta. La mayor parte de los países de nuestro entorno la sitúa en 16 años y algunos en los 18; en España es ciertamente baja por comparación: 13 años. ¿Hay que cambiar la ley? Que se haga un debate y se decida, conociendo todos los datos. También se puede ir más allá, e invertir en políticas de apoyo familiar para que por ejemplo las madres y padres puedan estar más pendientes de sus hijos e hijas (sí, políticas sociales, ésas que se están recortando). Pero nunca debemos dejar que unas bandas callejeras nos dicten cómo tenemos que regularnos. Nos jugamos mucho.

2) En segundo lugar, están las vejaciones. Nadie merece este trato. Nadie merece ser acosado, amenazado y sometido a un linchamiento, sea quien sea. Hace ya algunos años, la gran pensadora Hannah Arendt escribió un libro memorable de lectura obligatoria: Eichmann en Jerusalén (sí, el libro de la película, pero lean el libro…). Entre otras cosas, explicaba por qué las víctimas de las cámaras de gas eran todas inocentes ¿Lo eran porque habían sido “buenas”? No. Entre las víctimas, había de todo. Sin embargo, nadie merecía ese tratamiento; ni siquiera los mayores delincuentes. Igual merecían otro escarmiento, pero ése no. De igual manera, bajo ningún concepto está bien engañar, acosar y amenazar. Nadie pierde su dignidad humana ni sus derechos básicos. Cuando olvidamos esto, estamos perdidos.

3) Además, estos movimientos son una peligrosa ocupación del espacio público. Si les dejamos actuar, irán ocupando progresivamente nuestras calles e impondrán su ley. Andaremos cada vez con más miedo. Así pasó en el período previo a la Alemania nazi y así pasó en el País Vasco apenas anteayer. Y además se irán envalentonando. Irán a más. Ampliarán sus objetivos. Siempre es igual. Primero empiezan con los más fáciles de señalar, sobre todo con aquellos peor vistos socialmente y que cometen delitos o los bordean. Si les dejamos hacer, luego irán a otros también situados en los márgenes aunque un poco más adentro en el círculo de la normalidad. Y más tarde a quienes, hasta entonces, se sentían “respetables”. No nos engañemos. Hoy apuntan a quienes tienen relaciones con menores de edad pero mayores para la edad de consentimiento; es lo más fácil. Si se lo permitimos, mañana irán a por otros gays, lesbianas, bisexuales y trans no tan mal vistos, pero que tampoco encajan en el modelo de “buenos gays” y que la mayoría biempensante ve con recelo (y no daré ejemplos para no dar ideas). Y si seguimos dejándoles, finalmente acabarán atacando a los gays o lesbianas “normales” que tan seguros se sienten hoy y que incluso llegan a aplaudir a estos fascistas. Tampoco la mayoría heterosexual se salvará, pues pronto atacarían a quienes no “cumplieran” mientras los demás vivirían permanentemente con el miedo a ser señalados. Entonces alguno verá por fin el verdadero rostro de esta “lucha social”. Pero será demasiado tarde.

¿Historia tétrica? ¿Tremendista? ¿Exagerada? Es posible. Pero lo mismo dijeron algunos en 1933 ante los primeros que avisaron. Y mucho más menospreciaron a quienes vieron años antes las primeras señales. Nuestra situación hoy es parecida a la Europa de los años 30. Una crisis económica general, crecientes desigualdades y tensiones sociales… Y parecida necesidad de un chivo expiatorio. Y los candidatos son los mismos: los inmigrantes, los africanos, los árabes, los gitanos, los judíos… y nosotros. Hace poco la prensa nos recordaba el siniestro crecimiento de la intolerancia en toda Europa: Francia, Rusia, Eslovaquia, Hungría… Haríamos muy mal en menospreciar estos signos. Por supuesto que no creo inevitable el panorama que he dibujado. Pero evitarlo sólo depende de nosotros, de que sepamos plantarnos y decir un rotundo “no”. No hay comprensión posible a sus actos, no valen los matices, las palabras huecas o las palmaditas en la espalda a una actitud intolerable. Nos jugamos mucho.

Empecé este texto con unas palabras de Stefan Zweig. He hablado también de Hannah Arendt. Ellos dos supieron bien y experimentaron en propia carne a dónde llevaba este camino de odio y por qué de ninguna manera se podía justificar. Escuchémosles y no repitamos su experiencia. Y si aún así fracasamos, al menos mantendremos, como ellos y algunos otros, la dignidad de saber de qué lado nos pusimos.

Hans

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