"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

Miguel Rodríguez: «Los políticos y los líderes religiosos de los Balcanes deberían condenar la violencia contra el colectivo LGTB»

Se considera “un apasionado de la antigua Yugoslavia y de la cultura balcánica”. Rodríguez vive actualmente en Belgrado (capital de Serbia), aunque es natural de Vigo. Es licenciado en derecho, además de politólogo, y acaba de publicar el libro Homofobia en los Balcanes. Para este autor, la homofobia arraigada en la región está vinculada a las complejidades políticas, económicas y sociales. En esta entrevista, Rodríguez explica las diferencias existentes en el ámbito LGTB entre los distintos países que conformaban la antigua Yugoslavia. También critica sin tapujos los discursos sobre los que se construye y se justifica el clima de violencia homófoba en los Balcanes y aporta algunas pistas sobre el camino a seguir de cara a la normalización y la visibilización del colectivo LGTB.

¿Por qué cada vez que se anuncia o se organiza alguna actividad de carácter LGTB en los Balcanes planea sobre los participantes la amenaza y la violencia?

Existe una violencia monopolizada principalmente por los hooligans, que está vinculada al soporte ideológico de algunos líderes religiosos —que son las grandes autoridades morales en la región—, o a un sector de la clase política, que rentabiliza a nivel mediático el nacionalismo homófobo en términos electoralistas o publicitarios. No son una mayoría, pero la indiferencia, la falta de compromiso de las instituciones y la apatía política de la gran masa social les convierten en protagonistas. Hay una gran ignorancia entorno a lo que es el colectivo LGTB, un fuerte conformismo político que no cuestiona la violencia porque implica enfrentarse a la opinión acrítica de la mayoría y una vinculación interesada del movimiento a la comunidad internacional, que es utilizada por los demagogos para acusar a la comunidad LGTB de ser un agente externo o directamente de ser un “enemigo de la nación”.

No obstante, la situación no es exactamente igual en todos los países de la región, en parte por las diferencias culturales, religiosas y políticas…

No hay grandes diferencias en lo que a la percepción de la homosexualidad se refiere (visto como si fuera una patología o una desviación antinatural por la mayoría), aunque la situación para el colectivo en cada ex república yugoslava es diferente. Sin embargo, pueden tener las repúblicas mucho en común. Por ejemplo, la Iglesia católica entre los croatas, la Iglesia ortodoxa entre los serbios o la comunidad islámica entre los bosníacos han asentado un fuerte colectivismo identitario que ha ahogado o ha impedido desarrollarse a la sociedad civil. El cóctel de colectivismo identitario e individualismo económico es común en todas las repúblicas.

Lo que cambian son los contextos, más o menos favorables. No solo en función de la república, su política o su legislación, sino también en función de si es un contexto rural o urbano. Las sociedades balcánicas son eminemente rurales, y la vida en el pueblo o en las pequeñas ciudades para las personas LGTB es opresiva sea en Croacia, Serbia o Macedonia. Lo que también es importante: se extiende hacia las capitales por la emigración campo-ciudad. Se producen otras paradojas. Croacia ya desde los tiempos de Yugoslavia era más avanzada que Bosnia y Herzegovina en lo que a la aceptación de la homosexualidad se refiere, pero eso no impidió que en 2013, por ejemplo, la iniciativa «En nombre de la familia» reuniera más de 700.000 firmas para que el matrimonio constitucionalmente solo fuera reconocido entre hombre y mujer (Croacia tiene poco más de 4 millones de habitantes).

Extraigo una cita de su libro: “La homofobia […] aumentó con las guerras de secesión de Yugoslavia, aunque curiosamente fuera durante, o inmediatamente después de los conflictos, cuando se produjeron los mayores avances en el terreno legal”. ¿Por qué se produce esta paradoja?

Una de las características de la funesta transición en la región, es que al mismo tiempo que en la UE, por ejemplo, se firmaba el Tratado de Maastrich (1992) y se vivía un fuerte periodo de eclosión y de interacción social a nivel europeo, multiplicándose los estímulos económicos, tecnológicos y culturales, la región se sumía en el nacionalismo étnico. Cuando se terminó la guerra en Bosnia y Herzegovina en 1995, el planteamiento era que el proceso de integración europeo llegaba tarde, pero llegaba a los Balcanes para resolver los conflictos de vecindad. El problema era triple: los conflictos habían comenzado en Eslovenia en 1991 pero todavía no habían llegado a Kosovo (1998) y Macedonia (2001), la involución hacia el nacionalismo étnico había silenciado a la sociedad civil, y había una gran crisis económica e institucional que suponía entonces y ahora, como estamos viendo, grandísimos esfuerzos para que cada Estado logre entrar en la UE.

La región siguió la dinámica venida desde afuera, porque la ciudadanía veía la alternativa europea con buenos ojos, pero los capítulos de la fragmentación de Yugoslavia no habían sido cerrados. Macedonia en 1996 despenalizó la homosexualidad para poder ser miembro del Consejo de Europa, y Bosnia y Herzegovina lo hizo en ese mismo año (primero la Federación de Bosnia y Herzegovina en el 96 y luego en 1998 la República Srpska). Croacia, Eslovenia, Montenegro o Vojvodina, como provincia autónoma, ya lo habían hecho en tiempos de Yugoslavia, en 1977. Se da la curiosidad de que fue Slobodan Milošević en Serbia y Kosovo en 1994 el responsable de la despenalización, aunque no fuera por simpatía hacia el colectivo LGTB, sino para adecuar la legislación penal de la Vojvodina a su estrategia política de centralización del poder en Belgrado. Un proceso incongruente respecto al clima social, donde la geopolítica aclara más que la evolución de la sociedad civil.

En Macedonia la visibilidad LGTB era prácticamente inexistente hace solo unos pocos años en la esfera pública. La llegada de organizaciones como el Comité de Helsinki incide positivamente en dicha visibilidad, al tiempo que agita a los radicales. ¿Cómo lo ve?

La comunidad internacional tiene un papel fundamental en la región, a nivel de financiación, organización, seguimiento, visibilidad, concienciación, apoyo o presión política. No se puede entender en parte el activismo del colectivo LGTB en la región sin el papel que juegan las ONG, las embajadas, la UE… y no solo en lo que respeta a la lucha contra la discriminación por razones de identidad o expresión de género o identidad sexual, sino también en lo que se refiere a la defensa de los derechos humanos en general. Sin embargo, tiene costes inevitables a nivel de imagen, porque desde la homofobia se asocia al colectivo LGTB con los intereses de la comunidad internacional y, por tanto, con la intromisión, la ingerencia o la intervención en asuntos que la sociedad considera que son de su exclusiva soberanía (familia, relaciones sexuales, matrimonio, códigos sociales…).

A eso se une, que si los activistas reciben un salario por su trabajo, en un contexto de fuerte crisis económica y de falta de perspectivas laborales, se desnaturaliza su labor acusándoles de lucrarse con su identidad sexual o de desviar fondos que podían dedicarse a otras cosas. Por eso la vinculación a organizaciones internacionales no implica necesariamente que el movimiento se vea beneficiado en términos de credibilidad, pero sí sirve al argumentario de la homofobia, de los inmovilistas o de los escépticos para desacreditar cualquier activismo.

La activista Mariña Barreiro, en una entrevista concedida a dosmanzanas, aseguraba que “La sociedad de Bosnia y Herzegovina es muy patriarcal y eso perjudica al colectivo LGTB”. ¿Comparte este análisis?

Lo comparto. La homofobia y el patriarcalismo ya existían durante el periodo yugoslavo, pero las guerras de secesión de Yugoslavia han ayudado a afianzarlo todavía más, especialmente porque la guerra fue muy cruenta. El resultado ha sido tan negativo por los efectos de la guerra en sí, como también por el modelo institucional que se implementó a posteriori, y que ha dividido al país étnicamente entre serbios, croatas y bosníacos en perjuicio de una sociedad bosnia más plural e integradora. A su vez, la sociedad ha involucionado hacia la heteronormatividad, la religión y la identidad étnica en un contexto donde la familia ha sido el gran sustento social.

Los valores patriarcales se han visto fortalecidos por el contexto de constricción social que han provocado los estragos de la guerra, la crisis de valores y la mala situación económica. Además de estar en un periodo de posguerra muy complejo, Bosnia y Herzegovina ha visto desaparecer gran parte su tejido social urbano, ha sufrido grandes desplazamientos de población y la fuerte desindustrialización ha terminado por reorientar los valores sociales a lo tradicional y a lo colectivo, algo más cercano para la mayoría que otros valores relacionados con la libertad y la diversidad. Aunque Sarajevo haya creado sus propias dinámicas aperturistas a partir de la llegada de cooperantes durante las dos últimas décadas o a partir de una burguesía urbana ex yugoslava preexistente, la comunidad LGTB sigue yendo a contracorriente.

 ¿Cree que las administraciones y las distintas jerarquías religiosas tienen alguna responsabilidad por sus discursos homófobos cuando se producen disturbios?

Pienso que tienen una gran responsabilidad. Si bien nadie puede obligarles a que se posicionen a favor del colectivo LGTB, sí deberían condenar la violencia contra los miembros del colectivo. Y, por supuesto, deberían de prevenirla con declaraciones que no inviten a justificar las agresiones o a desviar la atención hacia cuestiones de segundo orden como son los daños al mobiliario urbano o la crispación que genera en la sociedad la celebración del Orgullo. El problema se agrava cuando el político o el líder religioso de turno quiere sacar rentabilidad política de los incidentes, y convertirse a ojos de la población en custodio de unos presuntos valores nacionales de pureza étnica. Son sociedades donde hay un fuerte conformismo político, y si las autoridades del ámbito de la política o de la religión no se han volcado en la lucha por mejorar las condiciones de vida de la población, parece oportunista y manipulador que reaccionen de manera encendida cuando la comunidad LGTB tiene visibilidad.

Recuerdo pintadas y proclamas homófobas en Belgrado con motivo del festival de Eurovisión celebrado en esta ciudad en 2008 del tipo “aquí no queremos maricones”. ¿Considera que la visibilidad de la diversidad sexual y de género es proporcional a la visibilidad de los grupos LGTBfóbicos en los Balcanes?

La visibilidad de los grupos LGTBfóbicos es habitual y está normalizada, a partir de la celebración de partidos de fútbol o baloncesto donde se escuchan proclamas homófobas, a partir de la presencia mediática de intelectuales, políticos y líderes religiosos que hacen declaraciones homófobas o frivolizan sobre la situación del colectivo o, sin ir más lejos, a partir de la construcción de un relato único en cafeterías, charlas y terrazas o cualquier foro público donde no haya un debate equilibrado.

Si bien es cierto que la presencia del colectivo LGTB en la televisión o en el cine no es algo ajeno a la población, y que el colectivo puede organizar actividades como movimiento (conferencias, semana del Orgullo, videoforums, fiestas…) según la república, las circunstancias y las condiciones de seguridad, en cualquier caso, el Orgullo es el acto con mayor visibilidad y trascendencia, pero también parece el único porque es el que genera más divergencias entre opositores y seguidores y eso es lo que interesa mostrar a los medios. Y, desgraciadamente, si logra organizarse, que no ha sido así en Kosovo, Macedonia o Bosnia y Herzegovina, éste está más envuelto en cuestiones relativas al despliegue policial, los costes para la seguridad o la amenaza de los hooligans que en lo que supone como reivindicación de los derechos del colectivo.

A pesar de todas las dificultades, también se producen pequeños avances como la primera celebración pacífica del Orgullo LGTB de Montenegro o del Orgullo de Belgrado, tras años de incidentes. ¿Se trata de oasis en el desierto?

Creo que cuando el Estado o el Gobierno apoyan la organización del Orgullo, la celebración de un festival de temática LGTB o la construcción de un discurso positivo la reacción de la sociedad no es positiva pero sí es contenida, aunque a una parte importante de la población el Orgullo les parezca una provocación. El problema es que los liderazgos políticos en la región son mucho más fuertes que la ideología, y estos liderazgos no crecen en popularidad apoyando a la comunidad LGTB, sino todo lo contrario.

La celebración del Orgullo en Belgrado o Podgorica son un oasis no solo en lo que se refiere a la comunidad LGTB, sino en lo que se refiere a la militancia política en general, porque apenas hay manifestaciones de ningún tipo. Su organización es un avance indudable, pero no refleja una corriente de apoyo creciente al colectivo LGTB, sino el consentimiento de la sociedad frente a la voluntad de las autoridades que gobiernan en ese momento, condicionados por la imagen internacional, el proceso de adhesión europeo o las acusaciones de un sector que cuestiona a las instituciones del Estado por no imponerse a los hooligans. El ciudadano medio en Serbia o Montenegro no acaba de entender que no haya manifestaciones contra los abusos de poder, las privatizaciones o la corrupción, pero se tenga que celebrar el Orgullo cuando la mayoría está en contra. Queda por hacer mucho trabajo de concienciación, y lo que se ha hecho hasta el momento es resultado de las presiones internacionales y, especialmente, de la valentía y arrojo de los activistas.

Kosovo, un país que declaró la independencia unilateral de Serbia en 2008, según dice usted mismo en su libro “tiene las leyes más modernas” y “sin embargo, la violencia y los prejuicios siguen presentes”. ¿Cómo es posible esto?

Bosnia y Herzegovina o Kosovo han sido sometidos a un gran escrutinio, precisamente porque su contexto postbélico ha generado mayor presencia internacional, hasta el punto de que para muchos analistas siguen siendo, incluso hoy, dos protectorados que no han demostrado todavía una autonomía real. No es polémico asumir que en ambos casos su soberanía ha sido determinada por la comunidad internacional, y no por sus ciudadanos y, por consiguiente, aunque la homofobia se manifieste con niveles muy elevados, la legislación puede mostrar progresos, en relación, por ejemplo, a Macedonia, que no tiene legislación alguna que proteja al colectivo LGTB de la discriminación y donde desde hace unos años el gobierno de Gruevski tiene una agenda manifiestamente homófoba. La situación legal entre el resto de países de la región se ha ido emparejando. Respecto a los casos de Serbia o Montenegro, tanto Bosnia y Herzegovina como Kosovo aprobaron leyes antidiscriminatorias para la comunidad LGTB mucho antes aunque el impacto de las guerras de secesión indudablemente fuera en términos generales mucho mayor en estos últimos.

¿Cuál es el camino para revertir en un futuro próximo la intolerancia frente a la comunidad LGTB en los Balcanes?

Hace poco me preguntaban si no se podía hacer algo revolucionario para combatir la homofobia. Lo cierto es que el trabajo que se realiza desde el colectivo ya es revolucionario. Las sociedades locales todavía están en un proceso de construcción nacional, donde los elementos étnicos sobresalen porque son los valores que cristalizaron con la desaparición de Yugoslavia. Es muy difícil situar el debate al nivel de la sociedad civil, y neutralizar la heteronomatividad imperante que sigue situando la relación heterosexual-homosexual en términos de conflicto de identidades. Para ello creo que el objetivo del LGTB es primeramente seguir existiendo y, luego, lograr salir del estado de aislamiento al que está condenado por la sociedad, incluso de parte de muchas personas pertenecientes a las mismas minorías sexuales, para integrarse en la sociedad no solo al nivel del activismo y la reivindicación sino como parte normalizada del paisaje social.

La tarea pendiende es que no sean estigmatizados por su condición sexual. Sería importante que para ello diferentes figuras públicas con éxito dentro de las sociedades reconocieran su homosexualidad —se dan pocos casos— o que el movimiento llegara a los críticos para exponerles que el colectivo LGTB tiene problemas comunes con la sociedad en general como la corrupción, el desempleo, los malos servicios públicos o el mismo inmovilismo político, como también intereses compartidos relacionados con la política, los negocios o el entretenimiento. Como ocurre con la religión, la lengua, el origen étnico o la interpretación del pasado, el objetivo es que las relaciones sociales fluyan sin que estén mediatizadas, condicionadas u obstruidas por la identidad sexual. Tan fácil de decir como complicado de hacer.

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