"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

En los suburbios de la Historia

Desayuno en Urano

La primera vez que vi una foto de los guerreros de Xi’an, con sus caras de barro enfiladas hacia el horizonte como en un ejercicio de perspectiva elemental, recordé automáticamente las muchas filas de flanes individuales que mi abuela Carlota preparaba y alineaba en orden marcial sobre un par de estantes de la heladera de casa, donde esperaban hasta que los llamáramos a combate para merendar, o en mitad de la noche… o para los asados, claro.

¿Alguna vez han sentido ustedes cómo, aún en la ciudad, de repente se hinchan los pulmones de un aire salado y marino que uno no sabe de dónde viene y la espalda se pone recta y uno crece y camina erguido y orgulloso, con los ojos brillantes mirando hacia el horizonte y pensando que quizá, no lo hemos hecho tan mal, no hemos sido tan malos, ni tan cobardes, que todos somos héroes, de alguna forma, aunque estemos en los suburbios de la Historia? Pues exactamente eso siente uno al terminar de leer la excepcional novela de Claudio Mazza, Suburbana, el (pen)último acierto de Dosbigotes.

La oscura historia contemporánea de Argentina es diseccionada en Suburbana desde dos ángulos diferentes. Por una parte, el protagonista, que vive en Madrid y vuelve a Buenos Aires para asistir a los últimos días de su padre, cuenta la historia a base de conversaciones que se forjan alrededor de los asados que el Viejo hace una vez al año (ya saben: Perón, las Malvinas, Videla, los desaparecidos, los militares, las alas del peronismo post-Perón, los montoneros, las madres de mayo, Menem, el corralito) y en las que se intuyen las palpables diferencias entre los distintos miembros de una familia de clase media bonaerense. Por otro lado, Alma, hija de una relación del Viejo, se reencuentra con el protagonista en un bar cercano al Hospital y le escucha, sobre todo le escucha, hasta que decide hablar: y entonces le cuenta otra parte, esa parte que solo se supo mucho después, que solo se sabe ahora.

–La única alternativa es hacerse pedo. Te hacés pedo y así cuando el país te caga te perdés en el aire, te mezclás con el viento y te podés ir lejos, lejos de la mierda, lejos de todo”.

Por otra parte, el hecho de que el protagonista sea homosexual y tenga su pareja en Madrid (un Madrid al que el narrador llega en plena efervescencia, un Madrid-puzle basado en edificios inconexos que se levantan alrededor de salidas del Metro, un conjunto desarmado de sitios, escribe Mazza, tan bien) está integrado de manera natural en la trama, como debería ser, como debería serlo en la vida, sin hacer que la novela sea por eso diferente, o mejor (ni peor). Es algo que pertenece al personaje como ser argentino, migrante o de clase media.

Y el lector de repente tiene ganas de irse a perder a Morena, con Fedra, donde las cosas tienen sentido, donde la gente se ayuda, donde todo depende de ti, donde tú eres protagonista de la Historia en vez de ser una marioneta vapuleada por los de siempre, frente al río que discurre plácido y se lo lleva todo.

Claudio Mazza (Buenos Aires, 1963) es arquitecto por la Universidad de Buenos Aires, donde también ejerció la docencia y reside en España desde 1990. Ha cursado talleres literarios en Fuentetaja, de edición en Ámbito Cultural y el Máster de Escritura Creativa de Hotel Kafka, así como el taller de novela de Billar de Letras. Además de dirigir su estudio de arquitectura en Madrid, escribe y colabora con publicaciones literarias on line, como Falsaria y Tertulectos. Ha escrito cuentos, reseñas y microrrelatos (alguno traducido y publicado en Francia). Suburbana es su primera novela.

La portada es otra exquisitez de Raúl Lázaro.

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