"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

Sobre Almodóvar, Boyero y los trolls

Contra naturaCuando nos sentamos cómodamente a ver una película en una butaca de cine no somos conscientes del sacrificio y el esfuerzo que hay detrás de cada una de esas imágenes en movimiento que pasan ante nuestros ojos. Un guionista se puede pasar meses o incluso años escribiendo obsesivamente una historia. Al acabarla, después de mucho esfuerzo e ilusión, se la hará llegar a un productor, que probablemente la enterrará debajo de las otras cien sin leer que tiene en su despacho. Algunas veces los astros se alinean y tal vez esa historia, parida con tanto esfuerzo, puede que convenza a los productores, esos señores con mala fama que, contra lo que se pueda pensar, no siempre van fumado un puro. Estos productores, ilusionados con el proyecto, buscarán financiación (derechos de antena de las televisiones, subvenciones del Ministerio, preventas…) y montarán un presupuesto, siempre insuficiente para las necesidades de la historia. Tendrán que arriesgar y adelantar el dinero, porque el Ministerio y las televisiones no les pagan hasta mucho después del rodaje (muchos han perdido sus casas o directamente se han arruinado); también tendrán que buscar a un director para el proyecto – una decisión arriesgadísima-, que no siempre va a coincidir con el guionista y, por último, tendrán que ponerse con la difícil tarea de organizar el rodaje. Dos o tres meses antes del primer grito de “acción” ya habrá que empezar a trabajar duro: hay que contratar al equipo técnico y artístico, buscar localizaciones, construir decorados, ensayar con los actores y en general preparar todo para que durante las ocho o diez semanas de rodaje todo vaya sobre ruedas (el más mínimo fallo supone mucho dinero). Cualquiera que haya estado en un rodaje de cine sabrá que aquello es cualquier cosa menos glamour: madrugones inhumanos, jornadas extenuantes, esperas larguísimas entre plano y plano, imprevistos que ponen los nervios de punta a todo el equipo, pésima alimentación…, en fin, todos los problemas que uno se pueda imaginar en un equipo de treinta personas interdependientes trabajando al límite de tiempo y de dinero. Al acabar el rodaje se tendrán en un ordenador un montón de planos que no han sido rodados cronológicamente según el guión, habrán sido rodados por localizaciones, de modo que el montador, a las órdenes del director, se pasará semanas delante del ordenador uniendo todos aquellos planos como si se tratara de un inmenso puzzle que se pudiese ensamblar de infinitas maneras. No exagero al afirmar que, visto cómo es el proceso de creación de una película, ver esas imágenes en movimiento, con un sentido narrativo, a mí me parece casi un milagro.

Cuando la película se estrene (muchas no se estrenan), los responsables del proyecto mirarán a la prensa con ansiedad para ver qué opina la crítica. Cualquiera que conozca el trabajo ingente que hay detrás de un proyecto cinematográfico puede entender la reacción airada de un director/productor cuando los críticos despedazan sin ningún respeto –y sobre todo sin ningún criterio- el trabajo durísimo de años. Por supuesto que se puede criticar una película fallida, pero lo mínimo que hay que pedir, como para cualquier otra obra de arte, es respeto y si es posible criterio.

Hace unos días se hablaba aquí de la polémica entre Almodóvar y el crítico de cine Carlos Boyero, al respecto del tratamiento despectivo que el crítico de EL PAÍS hacía de “Los abrazos rotos”, la última película del director manchego. Yo compro EL PAÍS a diario desde hace muchísimos años, y sin embargo me niego a leer las críticas de cine de Boyero, precisamente por lo irrespetuoso, chulesco y arbitrario de sus comentarios. Debo admitir que con la película de Almodóvar, tal vez por morbo, hice una excepción: leí tanto la crítica del estreno madrileño como la del pase en Cannes, constatando, una vez más, que el crítico antepone su inmensa inquina personal hacia el manchego a cualquier argumentación cinematográfica. Boyero se jactaba de no haber ido al pase de Cannes porque ya había visto la película en el estreno en Madrid y él “no es un masoquista”… entre otras muchas perlas. ¿Qué clase de profesional puede informar de una película importante, en un festival como Cannes, sin haber ido a la proyección, donde la reacción del público es uno de los hitos informativos?

En una entrevista le oí decir a Almodóvar que llevaba dos años, día y noche, con “Los abrazos rotos” en la cabeza. Le creo: es tantísimo lo que un director de cine tiene que contralar en el proceso de creación de una película que me creo que ésta se pueda convertir en una obsesión. Por contraste, el trabajo de Boyero es infinitamente más sencillo: el caballero se sienta delante de su mesa camilla, debajo del chorro de aire acondicionado, con un zumo de naranja fresquito y un cuarteto de cuerda de fondo, y en dos horas y media ha despachado su crítica cinematográfica del viernes. ¿No es realmente doloroso que se ataque de una forma tan fácil, sobre todo tan fácil, el trabajo durísimo de dos años? Yo creo que sí, y francamente no me sorprendió la reacción de Almodóvar. Por supuesto, tampoco nos olvidemos del gran ego de nuestro cineasta internacional.

Precisamente el día que se publicó aquí el post con la polémica Almodóvar-Boyero, hubo algún airado comentarista que se permitió el lujo de cuestionar la idoneidad de una noticia así en un medio LGTB. Tal vez nunca nos hemos parado a pensar cuántas horas le pueden dedicar al día las personas que hacen DM: cuántas horas, cuánto talento y sobre todo cuánta generosidad para que, día a día, nosotros estemos aquí bien informados y entretenidos con esta estupenda página. Por supuesto que se puede criticar su trabajo, faltaría más, pero con respeto y con criterio. Sin embargo, entre el altísimo nivel de los foreros habituales, hay un grupito de trolls que, sistemáticamente, se dedican no ya a criticar sino directamente a boicotear los posts, como si el trabajo objetivamente bien hecho de DM (ahí están los miles de visitas) les produjese sarpullidos en forma de comentarios. Salvando las distancias, me recuerdan a Boyero, en el fondo una persona estreñida proyectando su ira contra un director de cine que tiene dos oscars. Posiblemente detrás del comportamiento absurdo de los trolls también haya algo de impotencia, abundantemente macerada en aburrimiento: ¿no tienen nada mejor que hacer?. Tirando del refranero, yo les propongo una receta muy sencilla a mis amigos de DM: no hay mejor desprecio que no hacer aprecio. Y mira, a lo mejor la receta también le venía bien a Almodóvar.

rafael.rodriguez.dm@gmail.com

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Comentarios
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