"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

Festival de Eurovisión 2021: favoritos al podio y opciones de Blas Cantó (de quedar último)

Antes de nada quiero aclarar que, a pesar del título del artículo, no tengo nada contra Blas Cantó. Al revés: es un buen chico, canta bien, se enfrenta a los fachas cuando hace falta y sin duda tiene mucha ilusión por representar a España en Eurovisión. Dicho eso, aunque «Voy a quedarme» es mejor que la canción con la que estuvo a punto de representarnos el año pasado (una de las pocas cosas buenas del coronavirus fue librarnos de «Universo»), y de hecho es razonablemente bonita (aunque más en inglés y la voz de Leroy Sánchez, compositor), sigue siendo sosa e impersonal. Si a eso sumamos la tradicional desgana con la que TVE afronta la puesta en escena (una luna por aquí, un poco de gomina por allá, y todo listo), el último puesto está casi garantizado.

Durante las últimas semanas han sido varios los exrepresentantes españoles que han cargado contra los responsables españoles de Eurovisión, en resumidas cuentas, por su cutrez. Y es que desde 2003 no llevamos una canción verdaderamente potente («Dime», de Beth, por supuesto) e incluso aquella nos la cargamos con arreglos de última hora. El séptimo puesto conseguido por Rosa el año anterior con «Europe’s Living a Celebration» sonó a fracaso en su día y sin embargo no ha sido superado todavía. Lejos quedan ya las victorias consecutivas de Masiel («La, La, La», 1968) y Salomé («Vivo cantando», 1999), incluso las más que dignas medallas de plata de Karina («En un mundo nuevo», 1971), Mocedades («Eres tú», 1973), Betty Missiego («Su canción», 1979) y, la única reciente, Anabel Conde («Vuelve conmigo», 1995).

¿Qué diablos está pasando? Si España antes molaba. Pues bien, básicamente el certamen se ha expandido en todos los aspectos y cada vez exige más a los participantes. Ya no basta una canción correcta y un cantante que afine, sino que los acompañantes, la coreografía, la disposición de elementos en el escenario… Todo suma. Y ¿sabéis qué es lo más importante? Algo que ya abordé en mi artículo sobre el último Eurovisión Junior [ver]: la coherencia de la propuesta. Sin ir más lejos, nuestro último representante, Miki, quedó fatal porque, aunque la puesta en escena estaba más currada de lo habitual (que tampoco es decir mucho), «La venda» pedía algo distinto: una fiesta, como cuando la vimos en Operación Triunfo por primera vez, y no algo tan encorsetado. Tampoco había relación alguna entre la espantosa «La noche es para mí» y el truco de magia de Soraya (que lo dio todo para nada) ni entre «Say Yay!» de Barei (que por una vez no estaba mal y de hecho sigue teniendo muchos fans a lo largo de Europa) y el ridículo juego de espejos. Podría seguir, pero para qué.

Algo que la prensa olvidará cuando anuncie el mal resultado de Blas Cantó es que, con la excepción de Países Bajos (anfitrión) y el resto del «big 5» (Italia, Francia, Reino Unido y Alemania), todos los países presentes en la final han pasado ya la prueba de las semifinales. Vamos, que quedar penúltimo, siempre y cuando no sea por encima de los cinco países recién mencionados, ya es un triunfo… Y ya es difícil. A fin de cuentas, hasta los representantes más flojos, algunos de los cuales me aburren más incluso que el nuestro, tienen ya una legión de seguidores a sus espaldas. Y todos, sin excepción, tienen detrás delegaciones que se han currado más el tema que nosotros.

Dicho esto, precisamente dos de las favoritas del año estarán en la final sin necesidad de preselección: Italia («Zitti e buoni» de Måneskin, algo ruidosa para mi gusto) y Francia («Voilà», de Barbara Pravi, muy elegante). Les sigue Malta con la genial (y actualmente mi favorita, tanto por la voz y el ritmo como por la hipnótica coreografía) «Je me casse» de Destiny; Suiza con la sensible, aunque algo aburrida, «Tout l’Univers» de Gjon’s Tears; Ucrania con la histriónica «Shum» de Go_A; Islandia con la peculiar «10 Years» de Daði og Gagnamagnið; Bulgaria con la emotiva y genuina, aunque algo falta de fuerza, «Growing Up Is Getting Old» de Victoria; Portugal con la inusual «Love Is on My Side» de The Black Mamba; Chipre con la cañera «El diablo» de Elena Tsagrinou y Finlandia con la salvaje «Dark Side» de Blind Channel. Según las apuestas, ese sería el top 10, y la verdad es que sería una buena y variada selección de la edición, así que poco que objetar. Del resto, me apetece destacar a San Marino («Adrenalina» de Senhit y Flo Rida), Moldavia («Sugar» de Natalia Gordienko), Lituania («Discoteque» de The Roop) y, a pesar del cuestionable uso del croma, Grecia («Last Dance» de Stefania).

En mi opinión, nos enfrentamos a un Eurovisión bastante flojo: la mayoría de los contrincantes son correctos pero pocos, por no decir ninguno, me emocionan de verdad. Sin embargo, no descarto que mi opinión cambie, o al menos se moldee, mañana, como ha pasado con anterioridad. A fin de cuentas, entre tanto fuego de artificio y el vertiginoso ritmo de las semifinales no es difícil que alguna joya pase desapercibida. Solo me queda mandar fuerzas a Blas Cantó, que sin duda quedará entre los últimos pero al menos lo hará con dignidad. Bueno, y pedir a TVE que el año que por favor escuche a los eurofans. Tan simple como eso.

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