"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

Historia gay del cine a través del western: crítica de «La pluma y el Oeste» y entrevista a Fernando Garín

El séptimo arte tiene ya 125 años pero sólo empezó a tratar a la comunidad LGTB como se merece hace un par de décadas. Hasta entonces, era un mundo heteronormativo, machista y reaccionario, en consonancia con la sociedad que lo acogía, pero siempre hubo valientes pioneros capaces de ir más allá, prácticamente en cualquier contexto. El western, todo un icono de la cultura americana y, por tanto, de la historia del cine, no es un género en el que pensemos a la hora de rastrear subtexto gay (de las demás identidades, ni hablamos) y sin embargo depara muchas sorpresas al acercarse a él. Eso precisamente ha hecho Fernando Garín en su primer libro, La pluma y el Oeste. Y no, no podéis perdéroslo, como de seguro confirmaréis al leer la entrevista que acompaña este artículo. Pero antes me toca a mí decir algo, aunque sea innecesario.

La pluma y el Oeste (2019) es, tal y como reza su portada «el fascinante viaje de la homosexualidad a través del western», o sea, una obra donde el zaragozano Fernando Garín repasa la historia de este icónico género cinematográfico centrándose en creadores y movimientos que, directa o indirectamente, le dieron un refrescante toque gay. Pero, ¿podemos hablar realmente de homosexualidad en el Oeste? Pues sí, podemos, ya que, al tratarse de un cine tan masculino y patriarcal, el homoerotismo brota por sí solo incluso cuando supuestos machos de la talla de John Ford, Arthur Penn o Sergio Leone se ponen tras la cámara. Respaldándose en una rica y muy estudiada bibliografía, el autor repasa un sinfín de títulos, ofreciendo una nueva mirada a clásicos como Río Rojo (Howard Hawks, 1948), Solo ante el peligro (Fred Zinneman, 1952) o Grupo salvaje (Sam Peckinpah, 1969) pero invitándonos también a descubrir obras que, quizá por adelantarse a su tiempo, pasaron desapercibidas en su día. Todo ello sirve además de excusa para explorar tanto la historia del cine como la del movimiento LGTB, de forma que incluso aquellos para nada interesados en el western tienen motivos de sobra para acercarse a un libro cuya lectura merece ser pausada para ir visionando las películas citadas sobre la marcha y poder así forjarse una opinión propia.

Fernando Garín no busca reinterpretar la historia, sino profundizar en ella para recordarnos lo presente que ha estado siempre nuestra comunidad incluso cuando se ha insistido en relegarla a la oscuridad. Y aunque, en su apuesta por la objetividad, se resiste a hacerlo notar, el autor parece así reconciliarse con un género cuyos valores tradicionales se antojan opuestos a su propia identidad. Además de ser fascinante, La pluma y el Oeste hace justicia y nos insta a educar la mirada para ir más allá de lo que vemos. Siempre más allá.

A continuación, os dejo con mi muy interesante entrevista a Fernando Garín, autor de La pluma y el Oeste, con quien he hablado de el cine, la vida… y todo lo que une ambos elementos. (Por cierto, por el momento el libro sólo está a la venta en Amazon.)

¿Por qué este tema?

Siempre me ha fascinado el cine del Oeste. Es algo que me acerca a mi infancia y a las sobremesas frente a la tele con mi padre. Las películas del Oeste me traen su olor, la textura del sofá. Cuando fui creciendo empecé a apreciar la calidad del western y su potencialidad como género universal y atemporal, que plasma como ningún otro los grandes mitos de la humanidad, principalmente el del héroe. Sin embargo, como espectador gay me resultaba difícil identificarme a nivel emocional. Nadie piensa en el cine del Oeste cuando evoca personajes homosexuales. Me pareció muy interesante rastrear personajes o historias con un componente gay en el género. Descubrí que verdaderamente existían y me di cuenta de que había un análisis mucho más profundo detrás: una reflexión sobre la masculinidad hegemónica que el western ha trasladado repetidamente. El libro analiza la evolución de la representación cinematográfica de personajes gais en el cine del Oeste. Es una historia de represión en lo social y de censura en lo cinematográfico. Y, cuando observas con perspectiva esta evolución, te das cuenta de cómo hemos cambiado. No se trata sólo de haber pasado de las penas de prisión al matrimonio igualitario, sino también de la percepción colectiva de la homosexualidad y del propio modelo de masculinidad. Quería encontrar algo subversivo dentro del cine del Oeste y ponerlo de relieve en el contexto de la historia de sufrimiento y lucha del colectivo gay.

Pero, ¿no hay libros similares?

Sinceramente, no los he encontrado. Era un terreno inexplorado. Existen muchos libros sobre cine y homosexualidad. Richard Barrios o Vito Russo son autores esenciales con sus obras de carácter enciclopédico. Pero las referencias al western en particular son muy escasas y se ciñen a unos pocos films. También existen multitud de artículos sobre algunas películas en concreto. Sin embargo, la idea era construir una verdadera historia del western homosexual, reflejando personajes, tramas y anécdotas, desde el nacimiento del género hasta la actualidad. Yo no quería elaborar simplemente un listado de westerns gais. Se trataba de construir un relato: el difícil viaje de la homosexualidad a través del cine del Oeste.

¿Cuáles fueron tus referencias entonces?

Mi principal referente ha sido mi propia experiencia cinematográfica. Pero he tratado de leerlo casi todo sobre el tema. Christopher Frayling, estudioso de la cultura popular y experto en el spaghetti western, fue un gran punto de partida. Además, hace un tiempo empecé a leer artículos sobre la homosexualidad en el Salvaje Oeste. Todo se desencadenó principalmente a raíz del estreno de Brokeback Mountain en 2005. Despertó el interés en mí y en mucha otra gente por las prácticas homosexuales en el Lejano Oeste como fenómeno histórico oculto. Por ello el libro tiene constantes referencias históricas y cinematográficas. Pero el lector encontrará también inesperadas relaciones con temas como el nazismo, los vampiros, Oscar Wilde o el psicoanálisis.

¿Qué películas, directores, actores… despertaron este interés en ti?

En mi adolescencia fue fundamental Dos hombres y un destino (1969), con Robert Redford y Paul Newman. No caer rendido a sus encantos era imposible. He visto la película muchas veces y, con el paso del tiempo, soporta muy bien una lectura gay. Probablemente es una de las más intensas relaciones emocionales del western. El foco no está en las relaciones sexuales entre dos hombres, sino en la íntima amistad y el proyecto de futuro que comparten. Cada vez que la veo me vuelvo a encontrar con una de las historias más románticas que existen entre dos hombres.

¿Y qué películas has descubierto en este viaje?

Una de las sorpresas más felices fue Los marcados (1971), de Alberto Mariscal, un western mexicano abiertamente gay que no deja indiferente. Mezcla incesto, bandidaje y homosexualidad grupal adentrándose en límites muy valientes para su época. Pero, sin duda, el spaghetti western es una fuente inagotable en lo que se refiere al sexo y afectividad entre hombres. El propio Sergio Leone redefine la amistad masculina, que se adentra en el terreno de la pasión. El western europeo de los sesenta y principios de la década siguiente rompió con los límites morales establecidos. Me encontré con interesantísimas obras que hoy todavía sorprenden por lo explícito de su contenido, como Oro maldito o Requiescant (ambas de 1967). Era un cine sin complejos, alejado del purismo del género y muy valiente en la exploración de nuevos límites, especialmente en lo referido a la violencia y el sexo. Hay ejemplos de orgías, celos enfermizos entre hombres, sadomasoquismo… Hoy no se harían cosas tan osadas.

Es fácil terminar viendo gais en todas partes, ¿cómo controlaste eso al decidir qué películas incluir? ¿Dudaste con algún título?

He tratado de ser honesto. Aunque, en ocasiones, es difícil saber si uno fuerza su propia visión para esperar encontrar lo que busca. Por ello, me centré en aquellos westerns sobre los que se había mencionado algo “sospechoso”. Fue muy divertido, porque al final, con más o menos esfuerzo, lo veías y decías: ¡lo tengo! El proceso de redacción del libro ha requerido el visionado de cientos de westerns durante años. A partir de ahí, reflexioné sobre lo que había visto y valoré si era merecedor de formar parte del relato. No quería limitarme a constatar evidencias. Quería ir más allá, saber cómo había llegado ahí tal escena o por qué ese personaje tenía esa actitud. Lo más importante en un trabajo que abarca un periodo tan grande de la historia era contextualizar. Hay cosas que hoy parecen infantiles, pero eran tremendamente gais hace setenta años. En definitiva, se trataba de dar herramientas al lector para que lleve a cabo su propia lectura del film. Incorporé todo lo que, a mi juicio, tenía el espíritu gay. Aunque, lógicamente, hay films que solo aparecen citados, mientras que otros, por su trascendencia, cuentan con un mayor protagonismo.

¿Es el western particularmente gay o lo es el cine en general?

Para poder definir si un film o un género es especialmente gay hay dos factores sumatorios, que dan como resultado la experiencia cinematográfica. Por una parte, está el posible contenido homosexual del film, que en algunos casos es muy explícito y otras veces más velado. Pero no menos importante es la propia condición del espectador. Un espectador gay normalmente tratará de “homosexualizar” el contenido de lo que ocurre en la pantalla. Todos usamos el filtro de nuestra propia experiencia en el deseo de empatizar, de sumergirnos en la historia. Al western le ha faltado este último ingrediente. El público gay no se ha sentido mayoritariamente atraído por este tipo de cine. Yo mismo, he sido un bicho raro entre mis amigos, que siempre preferían otros géneros. El western lo veían nuestros padres. Falta la mirada gay. Y La pluma y el Oeste trata de proporcionarla. Pero, volviendo a tu pregunta, yo no calificaría al cine del Oeste como un género especialmente gay, sino más bien homoerótico. Hay una gran paradoja en todo ello. El western es el cine menos gay friendly, propaga una visión homófoba y realmente machista en la mayoría de los casos. Y, sin embargo, refleja sociedades que, en muchos caso, solo están formadas por hombres (colonos, mineros, granjeros). Esta ausencia de mujeres crea sociedades donde los lazos afectivos entre hombres se fortalecen y la amistad masculina sirve para garantizar la supervivencia. Todo ello constituye una fuente de homoerotismo muy apreciable.

En el libro citas muchas curiosidades de la historia del cine, ¿cuál es tu favorita?

Me fascina Montgomery Clift. Era un animal cinematográfico y un hombre muy torturado. Su experiencia en el rodaje de Río Rojo (1948) me parece hermosa y tierna. Era libre e imprudente y se enfrentó al sistema dentro y fuera de la pantalla. Sus enfrentamientos con John Wayne fueron tremendos. Monty representaba un nuevo modelo de masculinidad, alejado de la rudeza tradicional, y construyó un personaje cuya ambigüedad despertaba los deseos de hombres y mujeres. Hace aflorar toda su potencialidad homoerótica. Su vida privada y su carrera cinematográfica tienen paralelismos sorprendentes. Era tan diferente que estaba condenado a sufrir. Aunque también me hacen mucha gracia todas las peripecias de Andy Warhol durante el rodaje de su único western: Lonesome Cowboys (1968). Fue tal disparate de producción… tan improvisado y espontáneo que resulta increíble. Además la película despertó las suspicacias del FBI, que la investigó durante años, tratando de censurarla. Es delirante leer el informe de un agente del FBI describiendo las secuencias del film con palabras como: “los hombres mostraban tendencias homosexuales y se conducían el uno hacia el otro de manera afeminada”.

¿Cómo evalúas el panorama actual de la representación LGTB?

Tengo un dilema moral en este sentido. No cabe duda de que, a pesar de los avances, las personas LGTB están infrarrepresentadas en la producción cinematográfica actual, especialmente las que no pertenecen al colectivo de hombres gais. Sin embargo, tengo dudas sobre si se debe exigir a la industria una cuota de representación justa, equivalente a la que existe en la sociedad (pasar del 4 al 10 %). Me da miedo pensar que, en nuestro activismo, acabemos exigiendo al cine cómo tiene que hacer películas. En este libro, he tratado repetidamente el tema de la censura a lo largo de toda la historia del cine. Si algo me ha quedado claro es que lo más importante es garantizar la libre creación. Con límites, desde luego, pero tenemos que debatir sobre dónde los situamos. Sin libertad no hay creación artística. La industria no es más homófoba que la sociedad a la que pertenecemos, sólo busca beneficios. El objetivo debería ser garantizar las condiciones ideales para que un productor no retire su apoyo a un proyecto de marcado carácter LGTB por miedo a perder dinero.

Y ahora, ¿qué? ¿Más libros? ¿Más western?

La pluma y el Oeste me ha mostrado un camino interesante que me gustaría seguir explorando. Creo que hay que reivindicar ciertos westerns que rompieron con el heteropatriarcado, algunos de ellos abiertamente feministas, ecologistas o anticapitalistas. Hay otro libro por escribir. Me atrae la idea de “lavarle la cara” al western, quitarle ese velo de género conservador y retrógrado que no le hace justicia. Pero ahora estoy centrado en la ficción y en terminar mi primera novela. Será una historia donde la homosexualidad tiene protagonismo, pero que habla sobre la amistad, la familia, el deseo y sobre sucesos casuales que cambian el curso de tu vida.

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