"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

Homofobia combativa desde las religiones (I)

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La Real Academia Española de la Lengua, de la que ya sabemos como define en 2009 el término “matrimonio”, es precisamente muy clarificadora, para los fines del presente análisis, al referirse al concepto de “religión” como “conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto”. Y es que no se deja lugar a dudas en cuanto a los caracteres básicos que tal fenómeno ha manifestado de manera predominante, y sigue haciéndolo, en las diversas culturas, desde luego en la nuestra.

Las religiones oficiales no han dudado en formular afirmaciones dogmáticas sobre qué y cómo es su dios y han exigido sentimientos “de veneración y temor”, así como “prácticas rituales… [de] sacrificio”. Correlativamente, han sentado doctrina muy concreta con “normas morales para la conducta individual y social”. Grupos sociales amplísimos han conformado su respectiva unión al compartir, entre otras circunstancias, una misma religión que conllevaba sus propias normas y que, desde luego, les dotaba de un marco de referencia común. La cuestión es, tal como señala la RAE en su definición, que el fundamento de su unión ha sido el “temor”, el “sacrificio” y la traslación a normas de conducta de “dogmas acerca de la divinidad”.

¿Qué subyace en todo ello? La realidad de una religión autoritaria. Se ponen en circulación verdades absolutas que son objeto de fe irracional acerca de unos conceptos construidos de divinidad, la cual se sustenta en el miedo, y se exige obediencia como un fin en sí mismo. Se generan instituciones o mediadores entre la temible divinidad y los fieles, de tal manera que no importa nada, más bien es pecaminosa, la autonomía en el desarrollo personal con su propia búsqueda de la verdad, porque ya se encarga la autoridad oficial de transmitir la voluntad divina. Se requiere, pues, el desarrollo de un carácter autoritario entre la masa de fieles.

El autoritarismo conlleva una interrelación piramidal entre las personas, contrariando cualquier tipo de principio de igualdad. Quien obedece ciegamente, de manera sumisa, irracional, a su vez necesita sentir que domina sobre otros. Se considera inferior a la autoridad, pero superior frente a terceros. A su vez, dominación/sumisión va ligada a sadismo/masoquismo, al deseo pasional de causar daño o sufrimiento. Como menos grave se da el fenómeno de la compasión paternalista ante el considerado débil.

La religión es, en la práctica, un poderoso mecanismo de cohesión de una sociedad. Cuando una nación o un grupo social no nacional comparte una misma religión, o ésta es mayoritaria, se genera una identidad común, que da seguridad y mitiga el aislamiento, diluyendo la individuación. Se construye un “nosotros”, que es como un gran “yo” fuerte, poderoso. Entran en juego las normas que dicta la religión y los conceptos acerca de la divinidad y los dogmas. Se constituye una imagen ideal o arquetipo de cómo es la persona “normal”, la que obedece y complace a la autoridad.

El arquetipo de normalidad se crea en función de cómo es la mayoría social que sustenta la religión compartida y se cosifica, se le da un carácter de atemporalidad, se idolatriza. Sirve para reconocerse, para identificarse como miembro de la comunidad, para tener un ideal de vida, desde luego para someterse a la conformidad con la autoridad, con la religión. No cabe descubrirse cada cual a sí mismo y la propia humanidad universal, sino ser conforme a la norma convencional, ello de manera rígida. Eso es “ser bueno”.

El autoritarismo de este proceso requiere que, frente al tipo ideal o normal, exista lo indeseable, lo anormal y contrario a la virtud que proclama la religión. Es necesario que existan los indeseables porque los sometidos o sumisos tienen que sentirse, al menos, superiores frente a “ellos”, “los que no son como nosotros”, los que contravienen la norma y son merecedores de rechazo furibundo, de odio y, si es menester, de castigo ejemplar. El sadismo encuentra terreno abonado con su proyección hacia «ellos». Es necesario que existan los indeseables porque, en definitiva, el “nosotros” no es, desde luego, universal, no se refiere a todos los seres humanos, sino que es el “grupo” o la “nación” que se debe su cohesión al principio asumido del autoritarismo.

Javier V.

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