"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

Etiquetas (y II)

que_la_razonEn la columna anterior hablábamos de cómo a los más jóvenes les resulta difícil identificarse con las siglas LGTB. La verdad es que algo de esto ha existido siempre. En parte por vitalismo juvenil, por el viejo argumento de ‘el mundo es demasiado bueno para perderse una parte’ (o incluso ‘soy demasiado bueno para permitir que una parte del mundo no lo sepa’). También en parte por miedo –eso ya lo hemos comentado en otras ocasiones- siempre ha habido personas que han pasado por una etapa de indefinición o ‘bisexualidad transitoria’ –que nada tiene que ver con la verdadera bisexualidad- antes de salir completamente del armario.

Aquí de lo que hablamos es de un paso más, un paso que desde luego los jóvenes LGTB (me tomo la libertad de llamarles así aunque ellos no se reconozcan como tales) no han dado solos, sino en consonancia con la época que vivimos. Desde luego somos seres gregarios, y mucho más cuando somos jóvenes. Hablábamos hace dos semanas de cómo el haber sido aceptados en un grupo mayoritariamente heterosexual puede haber afectado a la imagen que los jóvenes gays y lesbianas tienen del colectivo. A este deseo de ser aceptados por un grupo siempre se ha opuesto el deseo de ser únicos, la necesidad de expresar nuestra individualidad. Estas dos tendencias opuestas, y la fuerza de una u otra en cada momento han ido marcando el talante de las sucesivas generaciones. Y da la casualidad de que vivimos un periodo de furioso individualismo. En poco tiempo tenemos casi superada la época del ‘porque yo lo valgo’ y ya tenemos enfilada la recta que nos lleva al ‘porque yo soy el único que lo vale’.

No me gustaría que lo que llevo dicho hasta ahora me llevara al derrotismo, y desde luego tampoco quiero pecar de falta de autocrítica. Si los jóvenes no ven al colectivo LGTB con buenos ojos, si no quieren ‘autoimponerse’ la etiqueta de ‘lesbiana’ o de ‘homosexual’, es posible que también nosotros estemos haciendo algo mal. Puede que nos vean como un colectivo excesivamente politizado –los jóvenes por lo general no creen en los políticos-, y puede que no hayamos sabido explicar bien lo que significan estas etiquetas. Ellos creen que al aplicárselas pierden algo de libertad, que si se quedan con una ya no podrán elegir otra, por eso tal vez prefieren no definirse. Sin embargo, uno es más libre mientras más conocimiento tenga de sí mismo. Conocernos nos prepara para la acción controlada y para no dejarnos llevar. Asumir un determinado número de etiquetas como aquellas que más se adecuan a nuestra forma de ser puede ayudarnos a tener más claro qué podemos ofrecer a los demás, qué pedimos de los demás, qué estamos dispuestos a aceptar de ellos. La indefinición, la falta de autoconocimiento a menudo puede convertirnos en seres inefables, inaccesibles, aislados en nuestro universo de virtualidades ilimitadas.

Yo es que las etiquetas las veo como de papel celofán de múltiples colores. Pueden combinarse, una encima de la otra. Podemos revestirnos con ellas, hay cientos, miles de combinaciones, y todas ellas, superpuestas, podrán reflejar nuestro color especial, concordando con él. Si se eligen bien, es posible no tener que quitarse nunca una etiqueta, pero si hay que quitársela, no pasa nada. No hay que verlas como algo que nos esclaviza, sino como algo que nos ayuda a ir por la vida.

Y luego está la ocasión particular, el registro. Hay que usar las etiquetas sabiendo para qué las quieres en cada momento. Los seres humanos dividimos el mundo en categorías, pero esas categorías (artificiales) pueden distribuirse de forma más simple o más compleja según nos convenga o según la realidad en la que nos movamos (es famoso el ejemplo de los esquimales, que tienen más de 40 nombres diferentes para lo que nosotros es el color blanco). Si un chico que no se define claramente como homosexual quiere encontrar otro chico -porque lo que le apetece esa noche en concreto es estar con un chico- en una web de contactos, lo más fácil es ticar la etiqueta de ‘gay’ o ‘bisexual’, no sería lógico pretender encontrar en esa web nomenclatura más propia de un ensayo. Ahora bien, si el mismo chico acude a un congreso sobre ‘Influencia de los medios en los roles de pareja de gays y lesbianas’, por poner un ejemplo, evidentemente, deberá usar y comprender con sentido crítico etiquetas más elaboradas.

Releo mis razonamientos, aquellos con los que intento ‘convencer’ a los jóvenes y me asalta una duda. Todos ellos inciden en el carácter versátil y flexible de las etiquetas. Incluso hago hincapié en la posibilidad de quitárselas sin problema. No sé si les estoy intentando vender una moto. No sé si en la sociedad que vivimos es posible ponerse la etiqueta de ‘lesbiana’ o de ‘gay’ y quitársela posteriormente sin que quede una marca. Quizá por eso se resisten a etiquetarse como LGTB, porque en el fondo, a día de hoy, salir del armario y decir ‘soy gay’, ‘soy lesbiana’, es ‘cargar’ con un sambenito, con un estigma. A los de mi generación nos daba un poco igual, porque salíamos del armario aceptando que ello suponía perder a todos –o a casi todos- nuestros amigos heterosexuales. En nuestro mundo sin heteros –salvo los estrictamente necesarios- casi podías olvidarte del estigma, pero eso no significa que haya desaparecido. Y ahora, a nuestros más jóvenes, les pesa.

Comentarios
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