"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

De clandestino a caballero

Agustí Villaronga acaba de obtener el último Premio Nacional de Cine 2011. Dicen que nunca es tarde si aquello que nos llega es  bueno y, en el caso de Villaronga, es doblemente oportuno al tratarse de un realizador relativamente joven, que tiene todavía muchas cosas que decir. Es triste, no obstante, pensar  que sin el éxito de “Pan negro”, una gran película sobre la postguerra civil en Cataluña, el director mallorquín no habría pasado de los circuitos de culto, pese a ser autor de  filmes mucho más arriesgados como la escalofriante “Tras el cristal” (“la película que John Waters no enseñaría a sus amigos”), “El niño de la luna” o, especialmente, “El mar”, singular obra maestra de suspense psicológico, basada en una novela homónima de Blair Bonet, y donde ya cristalizan con esmero algunos de los temas recurrentes en su cine: la infancia, la sombra de la guerra civil, el anti-totalitarismo, el miedo, la alienación y la locura, la búsqueda de la identidad, el homoerotismo, el amor poco convencional, la ternura y la crueldad.

«Pan negro”, los Goya y ahora este premio ensalzan la imagen pública de un director no demasiado considerado hasta el momento y que ha mostrado como pocos las heridas de la infancia, el cuerpo masculino torturado, la intolerancia de los años posteriores a la guerra civil, y  que ha unido el cine fantástico y de  terror con la fábula social y humanista. “Pan negro” es, hoy por hoy, una película indispensable sobre la memoria y la indignación histórica, al igual que Villaronga (director y actor salido de las filas del malditismo, como Jesús Garay, Ventura Pons, Josefina Molina o Iván Zulueta) es hoy un nombre importante en el panteón de los “monstruos” del cine español. No creo que ningún premio, medalla o reconocimiento logren domesticar el inconfundible talento visual, la peculiar mirada a la infancia y la adolescencia, el compromiso con su propio arte y la concepción de los abismos del corazón humano de este mallorquín universal.

Otros nombres junto al suyo -como el de Marta Balletbó-Coll – formarían un buen mosaico de figuras jóvenes de nuestro cine, si les alcanzara un reconocimiento como  el que ahora ha llegado para  el director de “Pasajero clandestino”.

Eduardo Nabal

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