"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

Cine para enamorarse de Félix Maritaud: críticas de «Sauvage», «Knive + Heart», «Jonas» y «120 BPM»

Cuatro películas, todas ellas de temática gay, han bastado a Félix Maritaud para convertirse en unos de los actores más queridos por la comunidad LGTB. Designado como mejor actor revelación en Cannes, en los Premios Lumière y, por supuesto, en los Premios Apolo de este espacio [ver], el carismático intérprete nacido el 12 de diciembre de 1992 en Nevers, en el corazón de Francia, se entrega en cuerpo y alma a cada personaje y conquista al espectador desde el primer fotograma. Ya he hablado de la mayoría de sus películas, pero he decidido reunirlas en un único post como reivindicación de su aportación a las nuevas olas de cine queer.

En Sauvage (2018), ópera prima de Camille Vidal-Naquet, Félix Maritaud encarna a Léo, un salvaje que ha optado por una vida que dista de lo que la mayoría consideraría vida siquiera. El descarnado y naturalista trabajo fotográfico de Jacques Girault le sigue como si de su propia sombra se tratara, retratándolo como un animal herido que, al igual que cualquier perro callejero, sólo desea algo de cariño, pero no necesariamente de quien puede granjeárselo. Y es que, en el fondo, Sauvage es una historia de amor. Del que profesa por Léo el bueno de Claude (Philippe Ohrel), cuya absoluta entrega trae a la mente la notable Chicos del Este (2013) [crítica], donde Robin Campillo retrataba la relación chapero-cliente desde la otra cara de la moneda. Y, sobre todo, del que Léo siente por Ahd (Éric Bernard), su compañero de batallas, otro chapero más fuerte de espíritu que le sirve al tiempo de protector y fuente de desgracia. A diferencia de Claude o el propio Léo, Ahd es heterosexual y por tanto incapaz de amar a otro hombre, lo que en teoría vuelve su trabajo más difícil pero es en el fondo una bendición a la hora de no dejarse arrastrar por él. Léo, entretanto, vive lo mejor y lo peor de una profesión donde cada cliente es un mundo y el resultado puede ir desde el sadomasoquismo más cruel hasta el achuchón más acogedor; la cinta no se adentra en el incendiario debate en torno a la prostitución, pero sí nos recuerda su labor social más allá de la lujuria a través del cariño con que Léo trata a clientes mayores o discapacitados que difícilmente podrían disfrutar de su sexualidad de otro modo. No hay mayor consuelo para el introspectivo personaje y para la audiencia que el encuentro con esa doctora que, por unos maravillosos minutos, se torna en figura maternal: que Léo se tumbe en la camilla de costado, como si esta fuera la cama que tanto necesita (poco antes ha reconocido no recordar cuándo durmió por última vez), es un tierno follow-up para el inolvidable abrazo que, con la ingenuidad de un niño, acaba de dar a la mujer. Buena parte de la magia de Sauvage reside, de hecho, en su contrastado protagonista, que no sólo es al tiempo la bella y la bestia del cuento, sino que además tiene la inocencia de quien aún no ha vivido nada y la brutalidad de alguien que ha vivido demasiado. Quizá él, en su afán instintivo por seguir adelante, logre dejar atrás aquello que necesita olvidar, pero su cuerpo es incapaz de hacerlo. Por eso es tan duro, emotivo y revelador cada uno de los momentos en que lo vemos dormir, desde la soledad de un sucio callejón hasta el candor de los brazos de quienes ama y lo aman, felicidad que nunca deja de antojarse efímera.

En la primera escena de Knife + Heart (Un couteau dans le coeur, 2018), dos hombres disfrutan de un juego de dominación sexual hasta que aquel en posición dominante torna un enorme falo en un arma con la que asesina al joven dominado. Vemos a la víctima, pero no al verdugo, que lleva y llevará en todo momento un antifaz negro que mantendrá hasta el final la intriga acerca de su identidad. Pronto sabemos que el chico asesinado era un actor porno de una cutre compañía cuya directora, excelentemente encarnada por Vanessa Paradis, habrá de tomarse la justicia por su mano a raíz de la incompetencia de un ente policial que no parece tomarse en serio la cuestión siquiera cuando el enmascarado ataca de nuevo. La peculiar realizadora, sin embargo, está lejos de ser una figura a la que venerar: no sólo no parece demasiado afectada por los crímenes, sino que se inspira en ellos para generar otra de sus producciones, las cuales se antojan bastante más cómicas que eróticas. Parte de su frialdad se debe, eso sí, a que ella misma atraviesa una crisis existencial a raíz de la ruptura con su pareja, quien es además la montadora de sus obras (necesaria, por tanto, para poner en orden sus ideas tanto en pantalla como fuera de ella). Homenajeando al giallo y el porno de los 70, Yann Gonzalez (Les rencontres d’après minuit, 2013) elabora un peculiar cóctel de géneros (desde el thriller hasta la comedia absurda, pasando por el melodrama) a través de una trama tan disparatada como atrayente y, sobre todo, una puesta en escena que se queda grabada en la retina por el hipnotismo de la composición, la iluminación y el sonido, evocando, entre otros, al emblemático Rainer Werner Fassbinder. Cierto es que nada tiene mucho sentido y que el desenlace es algo decepcionante, pero la propuesta sigue resultando sugerente de principio a fin. La cinta formó parte de la Sección Oficial tanto de Cannes como de Sitges y el LesGaiCineMad, pero se fue de vacío en todos los casos y no llegó a estrenarse comercialmente en España. Lástima que su irresistible fusión de fetichismo carnal y pasión cinéfila fuera tan incomprendida como el cuestionable arte al que se dedican sus protagonistas, entre los que, claro, se cuenta un Félix Maritaud absolutamente irresistible.

Estrenado disimuladamente en Netflix, el telefilm Jonas, debut de Christophe Charrier, no está a la altura de los demás trabajos aquí tratados, por ofrecer un guion mucho más plano y una puesta en escena innegablemente menos elaborada, pero no debe en absoluto desestimarse, en especial, como no podía ser de otra manera, por la perfecta interpretación de Félix Maritaud, acompañado además por un Nicolas Bauwens que, en su primer papel, no se queda atrás. Que ambos encarnen al mismo personaje en distintas etapas es, eso sí, algo que no se cree nadie, pero lo cierto es que, cuando se juega con los recuerdos, poco importa en realidad el realismo, ¿no? En Jonas, el pasado atormenta al protagonista homónimo, quien rememora su idilio adolescente con Nathan, un joven tan impulsivo y retorcido como irresistible (y pocas veces vemos la adolescencia plasmada con tanta credibilidad). No es fácil hablar de la cinta sin caer en el spoiler, y lo cierto es que la resolución es a todas luces decepcionante, pero el viaje, que es lo más importante, está plagado de instantáneas emotivas y estocadas a la homofobia y, como poco, resulta entretenido e intrigante. Perfecta, ante todo, para los cada vez más numerosos fans de Marituad, quien solo disfruta de mayor escénica en Sauvage.

Receptora del Gran Premio del Jurado de Cannes, donde se ganó las lágrimas del presidente Pedro Almodóvar, 120 pulsaciones por minuto (120 battements par minute, 2017) es una de las películas más admiradas del año. Y lo cierto es que nadie debería sorprenderse tras visionarla: pocas películas se han acercado al ya manido tema del sida con tanta honestidad, revelando sus innegables horrores sin dejarse arrastrar por el melodrama, de forma que sean sus víctimas, y no sus síntomas, quienes se lleven el protagonismo. Tras la arriba mencionada Chicos del Este, Robin Campillo vuelve a dedicarse al mundo gay, en esta ocasión trasladándonos al París de principios de los años 90, donde un grupo de jóvenes activistas del grupo Act Up intenta generar concienciación sobre el vih. Conmovedora pese a su perenne apuesta por el realismo, 120 pulsaciones por minuto ofrece un homenaje perfecto a quienes vivieron el horror del brote del vih de primera mano en forma de canto de amor por la vida, con un reparto inmejorable liderado por Nahuel Pérez Biscayart y Adèle Haenel que saca máximo partido de los honestos y naturales diálogos de un realizador cuyo trabajo más representativo sigue siendo el cuasidocumental guion de La clase (2008) de Laurent Cantet. Pese al erotismo bañado en tristeza de los encuentros sexuales y el impacto de las febriles escenas sobre el terror del VIH (impulsadas por el portentoso montaje con el que el propio Campillo se hizo con el único Premio de Cine Europeo que recayó sobre la cinta y el taladrante uso del remix de Arnaud Rebotini del “Smalltown Boy” de Bronski Beat), es en la franqueza con que se presentan los debates entre los activistas, en cuyo seno surge todo tipo de posiciones ideológicas, donde se halla la joya de la corona de este clásico instantáneo del cine LGTB. Félix Maritaud no podría haber elegido mejor película para debutar, si bien su presencia aquí es menor de lo que nos gustaría.

120 pulsaciones por minuto, Sauvage y Knife + Heart están disponibles en Filmin, mientras que, como ya he señado, Jonas puede verse en Netflix. Si conocéis a Félix Maritaud, seguro que no queréis perderos ninguna de sus apariciones y, si no lo hacéis… En fin, ¿¡a qué estáis esperando?

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